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05 junio 2011

LEANDRO DÍAZ: EL REY DE 'LA DIOSA CORONADA'

A pesar de la ceguera y de una audición débil, el compositor de los versos de Matilde Lina, Leandro Díaz, aún tiene muy viva su memoria. La aparición de su verso en millones de ediciones de ‘Cien años de soledad’ lo inmortalizan como juglar.

“La luz y yo somos enemigos”, dice Leandro Díaz. La frase, poética y amarga, se expande por la sala de la casa en Valledupar, donde el legendario juglar vive aún con la aureola de los hombres que han tocado la buena fama. La expresión no aparece en sus canciones, ni siquiera en las inéditas, según afirma Ivo, su hijo, sino que surge en esta tarde que se desdibuja lentamente detrás de los cerros, más allá de montes y llanuras.


Leandro Díaz, el compositor del epígrafe de ‘El amor en los tiempos del cólera’

Su ceguera de siempre está acompañada ahora de una audición débil que lo obliga a exigir la cercanía de los interlocutores a pocos centímetros de su oreja izquierda. Ya no abre los ojos como en otros tiempos, cuando mostraba parte de sus pupilas muertas. Apenas hilillos de agua como lágrimas, que nacen de pestañas ocultas, demuestran que ahí están los sentimientos de toda una vida que el canto y la composición aproximaron a la leyenda.

Aquí está, sentado en una silla de mimbre, moviendo los dedos como si quisiera acompasar la cadencia de las palabras con el sonido leve sobre la madera. Entre frase y frase, revela su sentido del humor que en ocasiones festeja con una inmensa carcajada. “Sé que existe el sol porque me quema”, afirma.

Leandro, este hombre que nació el 20 de febrero de 1928, ya no posee la reciedumbre que lo hizo famoso en la región. A sus tanteos naturales en busca de los espacios libres se suman los estragos de los años y el efecto de enfermedades que aparecen sin avisar. Pero su memoria está intacta. Por eso recuerda el destino de La diosa coronada, canción que habría de universalizarlo a través de una obra literaria: El amor en los tiempos del cólera, de Gabriel García Márquez.

Gabo sabía de Leandro no sólo por sus ancestros guajiros, sino por los múltiples caminos que debió transitar por aquellas tierras en las que el canto vallenato forma parte de la cotidianidad. En la década del cincuenta, cuando la canción comenzó a escucharse a lo largo de las sabanas del Caribe, el autor de Cien años de soledad vivía preocupado por la construcción de un mundo paralelo, Macondo, cuya historia descrita en su obra más emblemática la comparó con un vallenato de trescientos cincuenta páginas.

En esa época quedó grabada en su memoria la historia de la diosa que mueve el caderaje para que el rey se ponga más engreído. El compositor recuerda que, en su época de adolescente, sus tías leían por toda la casa los cuentos de hadas asomadas en ventanitas o mezcladas entre emperadores y princesas. Con esas historias de fábula que golpeaban sus oídos, supo de la llegada de una hermosa joven que, a sus 16 años, despertó la admiración del pueblo.

Entonces, se acercó con el propósito de ser su amigo, pero fue rechazado. Leandro era un forastero que, meses atrás, había llegado a Tocaimo, un corregimiento del municipio de San Diego (Cesar), en cuyas orillas del caudaloso río que lleva su nombre se sentó varias tardes para preguntarse, a través de palabras que resultaron versos, por qué la muchacha que alcanzó a dibujar en las duermevelas del atardecer se creía una diosa coronada. Así nació la canción.

Entrevista a Josefa Guerra Y Leandro Diaz, protagonistas de la canción La Diosa Coronada.





En 1985, tres años después de haber ganado el Premio Nobel de Literatura, García Márquez publicó El amor en los tiempos del cólera con el siguiente epígrafe que sucede a la página dedicada a su esposa Mercedes: “En adelanto van estos lugares: ya tienen su diosa coronada”. Y en la parte inferior, el crédito al autor: Leandro Díaz. –¿Qué recuerda de eso, Maestro? –Que la novela de Gabo se iba a llamar La diosa coronada, como la canción –explica–. Él me conoció en el año en que se creó el departamento del Cesar y la canción que más le gustó fue esa. –¿Le han leído la novela? –No. En ese entonces mis hijos no tenían tiempo. Pero sí me leyeron la más importante: Cien años de soledad.

El nombre de García Márquez lo obliga a reacomodarse en la silla. Pareciera reconocer que sus relaciones con el Nobel y la aparición de su verso en millones de ediciones de una novela famosa, constituyen el sello de garantía de su condición de juglar, moldeado por la melancolía de una vida en penumbras, pero también por el toque de una alegría expresada en metáforas y estrofas.

Por eso se detiene en Cien años de soledad y evoca, mediante las imágenes que desfilaron por su imaginación después de haber escuchado la lectura de las primeras páginas, el regreso de los gitanos a Macondo y el anuncio de Melquíades de que la ciencia había eliminado las distancias.

Leandro Díaz asocia la escena de la novela, que grabó para siempre en su memoria, con su idea de ser clarividente, no sólo para saber dentro de cuántas horas la lluvia caería sobre los arrozales secos, sino para ir de pueblo en pueblo descifrando el futuro a través del recorrido de sus dedos sobre la palma de las manos de su clientela ansiosa.

Pero fue una gitana –como la que llevó Melquíades a Macondo– sentada en el extremo de la aldea, sin catalejo y sin carpa, la que lo obligó a desistir de su empeño de ser un gran prestidigitador.


Entre soledades y cegueras


Cuando la leyenda comenzó a abrirse por los pueblos remotos del Caribe, afirmaron que el autor de La diosa coronada había nacido en una finca del sur del Magdalena, pero él aclara que nació en Hatonuevo, un pueblo de la Baja Guajira ubicado en mitad de la serranía del Perijá y la Sierra Nevada de Santa Marta, que alcanzó la categoría de municipio en 1994 en medio de la fiebre carbonífera de El Cerrejón.

También aclara que su más grande amor fue Matilde Lina, la mujer que le provocó innumerables insomnios y la que sirvió de inspiración para organizar las letras de una de las canciones más representativas del folclor nacional. Leandro admite que aquella mujer, que al caminar hacía sonreír la sabana, fue un milagro musical: Un mediodía que estuve pensando (bis) En la mujer que me hacía soñar Las aguas claras del Río Tocaimo Me dieron fuerzas para cantar. Llegó de pronto a mi pensamiento Esa bella melodía…

Escuche una de las mejores versiones de ‘La diosa coronada’ interpretada por Carlos Vives y la Provincia.





Por: Jaime de la Hoz Simanca

09 julio 2010

Una experiencia inolvidable. Escalona en París




Con motivo del primer aniversario del fallecimiento del maestro Escalona, quiero compartir brevemente esa inolvidable, gratificante y enriquecedora experiencia de haber logrado, con el apoyo y la especial colaboración de mi familiar y especial amigo de infancia, Iván Francisco Villazón Aponte, organizar y convivir con Escalona su primera visita a París, espejo urbanístico y cultural de Francia.
Por pura coincidencia era 4 de julio del año 2001, Día de la Independencia de los Estados Unidos de América, igualmente un día histórico para el folclor vallenato. Por primera vez en la ciudad de París se hacia tanta alusión a la música del Valle de Upar. Las voces escuchadas en idioma francés de la importante emisora Radio Latina, anunciaban la llegada a la capital francesa del Maestro Rafael Escalona acompañado por el reconocido artista Iván Villazón, el rey vallenato Saúl Lallemand y su grupo, con el propósito de ofrecer una conferencia musical y dos conciertos, uno de ellos transmitido en directo por Internet al mundo.
Recuerdo a continuación algunas vivencias y anécdotas. En el aeropuerto de París Orly, el reloj marcaba las tres de la tarde. Los avisos indicaban la llegada de los vuelos y el termómetro mostraba una temperatura de 30 grados centígrados, pleno verano.
Se abrían las puertas y empezaban a salir los pasajeros y desde pocos metros alcanzo a ver a nuestro personaje de Macondo que llegaba sonriente, vestido con un pintoresco y grueso abrigo que podía soportar una temperatura cercana a 10 grados bajo cero. Después del regocijo de nuestros saludos, todos le solicitamos que se quitara de sus hombros tan pesada vestimenta para así permitirle sentir la cálida y seca brisa parisina, pero con sorpresa para todos, inmediatamente rehusó nuestra propuesta diciéndonos: “me quedo así por si acaso”.
Seguidamente pude observar lo que no podía faltar en los viajes vallenatos; en los maletines de mano de los visitantes sobresalían ligeramente los picos de varias botellas de Whisky Old Parr que tímidamente llegaban al continente que las vio nacer. A pesar que es una bebida europea, muy poco se conoce en Europa y no se consigue fácilmente, algo exótico. Igualmente ocurre con los acordeones diatónicos modelo corona III, que comúnmente no se venden en los almacenes de instrumentos en toda Europa debido a su antigüedad (modelo lanzado al mercado en 1940).
Luego tomamos el vehículo que nos transportaría hacia la casa que estaba preparada para el hospedaje del maestro Escalona, de Iván y de Saúl, ubicada a pocos kilómetros del Palacio de Versalles y de los famosos bosques de Marly le Roi donde Luis XIV y María Antonieta se paseaban en sus coches los domingos.
Durante el recorrido, Escalona fijaba su mirada al paisaje indicándonos, naturalmente, su gran interés por la naturaleza, la verde vegetación, los frondosos árboles que perfilaban las avenidas y las flores de los jardines que adornaban su llegada y complacían a sus pupilas.
Esa misma tarde nos trasladamos a las instalaciones del número 42 de la calle Faubourg Sainte Antoine, donde Escalona ofreció una histórica conferencia musical titulada “Gabriel García Márquez, Escalona y el Vallenato. Fueron muchos los aplausos ofrecidos por los asistentes para ese gran hombre al que la naturaleza le dio muchas virtudes y que enamoró a un público multicultural con sus narraciones históricas y anécdotas de nuestra provincia.
El evento fue organizado conjuntamente con el entonces embajador de Colombia en Francia, el doctor Juan Camilo Restrepo; alrededor de 400 personas disfrutaron las históricas e inolvidables canciones de Escalona, interpretadas por la flamante voz de Iván Villazón, acompañado por el fuelle del Rey Vallenato Saúl Lallemand. Recuerdo muy bien ese momento inolvidable: ver el rostro de Escalona irradiando orgullo, alegría y sentimiento en el preciso momento en que Iván Villazón con su brillante voz describía el Arco Iris que adornaba a París.
Posteriormente, recorriendo los alrededores de la exuberante obra de Gustavo Eiffel, esa torre de 320 metros de altura insignia de París, el marco urbanístico de las voluminosas fuentes de Trocadero, el derroche de las fuentes de arte de la Plaza de la Concordia, la majestuosidad del Museo del Louvre, el trazado urbanístico de los campos de Elíseos con ese deslumbrante arco que en su final se perfila, marcaba el triunfo de esa mirada de Escalona que se paseaba por la Ciudad Luz.
En los momentos en que caminábamos por los Campos Elíseos, recuerdo que ante la multitud Escalona no dejaba vacilar su interés por las bellas y abundantes mujeres que pasaban como avestruces a su lado sin poder dirigirles una palabra por causa del idioma, realmente estaba impresionado.
Unos minutos más tarde, me solicitó que detuviera a una de esas mujeres y le pidiera que si podía complacerlo permitiéndole unos segundos para mirarla con detenimiento. Pues así lo hice, hasta lograr que una de ellas me aceptara tan difícil encargo. La acertada mujer, al recibir mi solicitud me contestó con una frase: “si me quiere mirar que me mire”, e inmediatamente Escalona se puso al frente y emprendió por algunos segundos su fuerte y centrada ojeada, iniciando por los pies hasta alcanzar los finos y rubios cabellos que la mujer lucía, e inmediatamente ella desapareció del lugar. Aquello parecía algo como en las películas; mientras la miraban, la joven dama no paraba de reírse y el maestro permanecía serio, al terminar nos vinimos todos en risas y el nos expresó: ¿Por qué a las mujeres aquí no les gusta que las miren?
Siguiendo el programa trazado, al día siguiente, la emisora Radio Latina organizó una transmisión en directo y por internet desde las instalaciones de Café Latina en los Campos Elíseos. Allí se difundió el concierto ofrecido por Villazón y Lallemand, alternando con entrevistas realizadas a Escalona y al grupo musical.
Desde luego, esa fue una noche especial; el sólo contar con dos horas de transmisión en directo en francés por la prestigiosa emisora Radio Latina de París fue realmente maravilloso e histórico para nuestro folclor y un gran privilegio y satisfacción para todos los asistentes.
Terminado el evento, recuerdo, era la 1:30 de la madrugada y como es usual en las noches parisinas, la ciudad no se silenciaba al observar ese ambiente propicio: Saúl Llallemand abrió su acordeón y bien acomodados en las bancas públicas situadas a pocos metros del famoso cabaret del Lido, se daba inicio a la parranda histórica. Allí Escalona mostró sus dotes de bailador. Estaba feliz. Esa noche nos dijo: “después de esto ya me puedo morir”.
Expresaba su gran satisfacción y alegría por la belleza del lugar y por la inmensa circunferencia que formaba a nuestro alrededor un público de diversas culturas del mundo, ese mismo publico que todos los días uno puede observar en esa prestigiosa avenida trazada a petición de Luis XIV en 1664, por el visionario paisajista André Le Notre y el duque d Antin como vía triunfal para los paseos peatonales de los parisinos. Esa noche convertida en avenida de los campos vallenatos.
Con este gran marco histórico nos quedaron a todos los que compartimos con Rafael Escalona, los gratos e inmortales recuerdos de un viaje de sueño y el testimonio vivencial de su primera visita a París. Los invito a descubrir por primera vez publicado en Colombia el texto histórico de su única conferencia ofrecida en la ciudad de París.


Conferencia del maestro Rafael Escalona en París
Gabriel García Márquez, Escalona y el Vallenato, así sucedió, así es la cosa…

Bastante difícil es para mí, en gran aprieto me encuentro ante ustedes, hablantes de varios idiomas, el tener que expresarme en mi habla vallenata, mezcla de palabras y cantos, nacidos en el Caribe colombiano, entre el mar, nevados, valles y ríos. ¿Cómo hacerme entender ante tantos eruditos en literatura y en sinfonías con mi canto vallenato, acostumbrado a sosegar la sed de los muchachos enamorados o los amores apasionados de las mujeres que a veces también son muy apasionados?
Mayor compromiso es para mí que el vivido por el emperador Carlos V según me contara mi maestro de bachillerato, cuando el Emperador debió dirigirse a sus súbditos en el Senado de Génova con estas palabras: “Aunque pudiera hablaros en latín, toscano, francés y tudesco, prefiero la lengua castellana para que me entiendan todos”. Se supone que en ese entonces era la lengua más universal.
En este caso – y en mi caso específicamente -, la situación es más comprometida porque no todos ustedes los presentes hablan español ni yo hablo el francés ni otro de los idiomas nativos de los que están aquí. Entonces, vamos a ver cómo puedo salir de este berenjenal que nunca podrá compararse con la Torre de Babel.
Desde luego que la culpa no es mía, yo creo que más bien es de ustedes los europeos, de los franceses, de los ingleses o de quienes aquí sólo hablen su lenguaje nativo alemán o italiano, suizo, ruso, inglés u otro idioma viviendo tan cerca de España…
A propósito, esto me hace recordar Io que me contó el Premio Nobel, el gran “Gabito”, refiriéndose a los afanes pasados aquí en París cuando escribió su cuento “El Coronel no tiene quien le escriba”, oyendo hablar a cada instante en francés y otros idiomas, cuando debía pensar y redactar en español. AI fin Io hizo; escribió su cuento y le salió bien la cosa. “El Coronel no tiene quien le escriba”. Eso quedó escrito, pero a “Gabo” le siguieron escribiendo.
Así llegamos no al cuento sino al momento para contarles ahora sobre ¿cómo?, ¿dónde? y ¿cuándo? el novelista y este cantor se conocieron y se entendieron hablando en vallenato, acompañados del acordeón, la caja y la guacharaca. Estos sí fueron diálogos y conversaciones en idiomas diversos porque cada instrumento tenía su habla, su propio lenguaje y nota distinta: la guacharaca indígena, el tambor africano y el acordeón europeo.
En ese entonces, “Gabo” y yo, unos muchachos, comenzábamos a trazar nuestros propios rumbos, el uno por la literatura y el otro por la música, sólo sentimiento: la vida y la magia de los hombres del Caribe colombiano, mitad caimanes, leones, tigres y centauros, románticos y soñadores y positivos con los derechos del hombre: “América, África y Europa, ensayando juntas sus propias palabras y canciones”.
“Gabito”, nacido en Aracataca, al pie de la Sierra Nevada de Santa Marta, y yo en Valledupar, nadando en las ciénagas del Río de La Magdalena, por aquí, rodeados de selvas, se asentaron nuestros antepasados españoles, amancebándose con indias y africanas. Parece que eso era muy sabroso y muy bonito. Siglos después, “Gabo”, “Gabito”, nieto de un coronel, y yo, hijo de otro combatiente de la Guerra de los Mil Días, que se habían batido por defender los partidos rojo y azul de la República, queríamos descifrar los verdaderos colores mulato y zambo de nuestras sangres.
Nuestro primer encuentro tuvo lugar a mediados del siglo XX. Apenas a “Gabo” le retoñaban los bigotes; no era tan bigotudo en esa edad cuando el cacareo de las voces nos exigía definir nuestra propia personalidad. Tarea nada fácil cuando descubrimos los encantos de la mujer y nuestros padres nos reclamaban las responsabilidades de la hombría y los estudios.
En las tierras cálidas de Santa Marta, frente al mar, donde había cursado mis estudios de bachillerato, yo, hasta cierto punto, era esquivo a recibir el título de bachiller porque mi novia, “La Maye”, me esperaba en Valledupar para escuchar en su ventana mis serenatas de paseos y merengues, a que yo la tenía acostumbrada. Ella era mi dulcinea para que yo diera rienda suelta a mis sentimientos de trovador en medio de parrandas; allí se escuchaban los viejos maestros de la música vallenata en piquerias de acordeón. Allí aprendí muchas cosas, para mí esta era la mejor academia de la vida, el amor y el canto.
Por el contrario, “Gabo” venía de otras latitudes extrañas a sus ancestros, las paramunas sabanas de Bogotá, donde también padeció su internado de bachillerato en Zipaquirá, una ciudad construida por los españoles sobre los antiguos socavones de las minas de sal. Sus profesores, picapedreros de las letras, Io moldearon en las canteras de la literatura.
Y si no escapa de los estudios de códigos y leyes en latín, hasta le hubieran colgado la toga de jurista en la facultad de ciencias del derecho en la Universidad Nacional de Colombia, en Bogotá.
Pálido como un bloque de sal se apareció cualquier día vendiendo enciclopedias y diccionarios por Valledupar y la península de La Guajira, frontera con Venezuela, tierra de indios bravos donde naciera su abuelo Nicolás Márquez.
Como he hablado mucho de “Gabo”, para ser justo quiero que escuchen lo escrito por él sobre mi persona, en aquellos años cuando yo mismo desconocía por donde enrumbar mis pasos de estudiante desobediente.
Me corresponde en este caso, en esta ocasión, apartar a un lado la humildad y evitando pecar de mentiroso, leo entre comillas su diagnóstico de novelista principiante: En ese entonces “Gabo” escribió… “Ya Rafael Escalona, con poco más de 15 años, había hecho sus primeras canciones en el Liceo Celedón de Santa Marta, y ya se vislumbraba como uno de los herederos grandes de la tradición gloriosa de Francisco El Hombre, pero apenas si lo conocían sus compañeros de colegio. Además, los creadores e intérpretes vallenatos eran gente del campo, poetas primitivos que apenas si sabían leer y escribir, y que ignoraban por completo las leyes de la música. Tocaban de oídas el acordeón, que nadie sabia cuándo ni por dónde les había llegado, y las familias encopetadas de la región consideraban que los cantos vallenatos eran cosas de peones descalzos, y si acaso, muy buena para entretener borrachos, pero no para entrar con la pata en el suelo en las casas decentes. De modo que el joven Rafael Escalona, cuya familia era nada menos que parienta cercana del Obispo Celedón, se escandalizó con la noticia de que el muchacho compusiera canciones de jornaleros.
Fue tal el escándalo doméstico y familiar, que Escalona no se atrevió nunca a aprender a tocar el acordeón, y hasta el día de hoy compone sus canciones silbadas, y tiene que enseñárselas a algún acordeonista amigo para poder oírlas. Sin embargo, la ilusión de un bachiller en el vallenato tradicional le introdujo un ingrediente culto que ha sido decisivo en su evolución. Pero lo más grande de Escalona es haber medido con mano maestra la dosis exacta de ese ingrediente literario. Una gota de más, sin duda, habría terminado por adulterar y pervertir la música más espontánea y auténtica que se conserva en el país”
Así para que nos entendamos todos, colombianos, franceses, españoles, alemanes, italianos, portugueses, rusos e hispanoamericanos en esta gran nación, me parece sensato cederle el turno, cederle la palabra al acordeón, la guacharaca, la caja y al cantante tenor Iván Villazón, uno de los más grandes intérpretes del vallenato para que nos cuente en vallenato, hasta donde lo permita el tiempo, algunas anécdotas y nos hable de personajes que han inspirado a los viejos músicos de nuestra tierra vallenata, los mismos de Macondo que narra García Márquez en sus novelas, y que yo en mis canciones les narro, también les hecho cuentos y canto sus historias.


Testimonio vivencial contado por el compositor en las instalaciones del Barrio Latino, 42 Rue Faubourg Sainte Antoine.

Rafael Escalona Martínez
París, 4 de Julio de 2001

Por Clemente Arturo Quintero Castro
Fuente:

25 mayo 2010

Otra modalidad de Payola, Sobre el "vallenato llorón"

Por: Jorge Nain

Mi amigo acordeonero, compositor y actor, Rafael Ricardo, me hizo una pregunta a quema ropa, que en el instante no supe responderle, pero que posteriormente con cabeza fría pudimos desentrañar entre los dos; Rafa me preguntó: ¿por qué, si el Festival Vallenato tiene entre sus objetivos principales preservar las raíces del folclor, presenta artistas que desdibujan al vallenato clásico?

En Valledupar y la región del Cesar y La Guajira, ha existido siempre una crítica generalizada a lo que algunos han llamado “balanato” “ranchenato” “vallenato llorón”, y otros menos ortodoxos “vallenato romántico”, modalidad que algunos intérpretes han llevado a su peor expresión.

Basándonos en la premisa que encierra la pregunta, no nos queda sino pensar que las disqueras financian o aún los mismos grupos, cuyos nombres no queremos decir por obvias razones, no cobran, o pagan por sus presentaciones. Gravísimo, por no usar otros epítetos, que el ente que debe velar por la pureza del vallenato se deje tentar por estos ofrecimientos, que analizados, no conducen sino a que los visitantes, nacionales y extranjeros, que son miles para el Festival, se traguen el cuento de que toda música que lleve acordeón es Vallenato.

Qué tristeza que la Fundación del Festival Vallenato, que regenta las directrices para velar y preservar la autenticidad de nuestro folclor, mire sólo la parte comercial del asunto; y claro, muchas de esas agrupaciones que sirven de relleno para una de las noches del evento, sí tocan regaladas, e incluso hay quienes dicen que hasta pagan para que las dejen promocionarse, pues puede parecer buen negocio, teniendo en cuenta que el público de todos modos asiste al Parque de la Leyenda, así le metan “embuchados”.

Me resisto a creer que la Fundación contrate y pague bien a algunos de los artistas que presentaron en la edición pasada del Festival, de los cuales no quiero ni acordarme, luego entonces, la única razón que se colige es que: o pagan por presentarse u obsequian las presentaciones, lo cual sería otra modalidad de payola, que de paso le hace daño al folclor vallenato, porque confunde a sus seguidores.

Ahora, como yo no tengo pruebas contundentes de mi aseveración y esta es una simple hipótesis, me gustaría que la Fundación o los mismos artistas me la refutaran con pruebas que me demuestren lo contrario, o concluiríamos con Rafa, que mi aparente especulación tiene asidero.

Hay muchos artistas e incluso algunos de mis colegas que afirman que este “balanato” hace parte de la evolución del vallenato, lo que es a todas luces un exabrupto, porque una cosa es el vallenato romántico o el vallenato lírico, como modalidad no sólo aceptada sino querida por todos nosotros, y otra muy distinta “las chambonadas musicales” que algunos compositores e interpretes quieren mostrar como parte de nuestro folclor, y una clara manera de ocultar su incapacidad de interpretar el vallenato clásico.

Ya es hora que los directores de emisoras, locutores y emisoras payoleras, así como los mismos artistas, dejen de pensar sólo en su bolsillo y se concienticen que están haciendo un daño, que podría ser irreparable, al folclor vallenato. Este es un patrimonio de todos, que por ende, debemos cuidar.

El llamado también es para los organizadores de festivales vallenatos, que tienen entre sus objetivos el de preservar las raíces del folclor de “Francisco El Hombre”, y no obstante incluyen en su parrilla a artistas que en su estilo hacen poco por cultivar este hermoso género musical.

COLOFÓN: Con motivo de la celebración de los cincuenta años de vida artística del tres veces Rey Vallenato Alfredo de Jesús Gutiérrez Vital, mi gran amigo Pascasio Puello, me ha enviado un hermoso escrito, que nos ha servido de estímulo para dedicarle próximamente una columna a ese invaluable hombre que ha dedicado toda su vida a alegrar los corazones de millones de colombianos con su música y que es y será por mucho rato, el mejor Acordeonero de todos los tiempos en Colombia.


Fuente: http://www.elpilon.com.co/