01 febrero 2011

Vallenato - Jazz. ¿Un paso adelante?


¿Qué pasa cuando el vallenato, ese género musical que más nos ha definido en los últimos 30 años, continúa su evolución transmutado a los terrenos del bolero, del jazz y del feeling en el nuevo disco de Chabuco? ¿Es vallenato? ¿No es vallenato? (Si Vives es vallenato, ¿entonces cualquier fusión puede ser vallenato?) Y, finalmente, ¿a quién le importa? Estoy hablando del nuevo disco de Chabuco, titulado Clásicos Café la Bolsa, en homenaje a un cafetín de Valledupar donde se reunía entre 1955 y 1967 un grupo de personajes que no cabía en ninguna parte. Allí venían Hugues Martínez, el pae’ de Chabuco con su guitarra y sus amigos Colacho Mendoza, Gustavo Gutiérrez, Emiliano Zuleta, nadie menos que Escalona y el pintor Jaime Molina, entre otros. No tocaban solo vallenato, aire por esos días medio proscrito y socialmente incorrecto, sino que también interpretaban boleros y otros ritmos, como el danzón.
Chabuco nace años después, pero toma tetero arrullado por todos esos cantos que son los que manan de la teta de su tierra. Con esa leche se nutre, crece y se convierte en el cantante de Los Pelaos en el 98 y de esta agrupación de la nueva ola vallenata sale errante como solista y bohemio a buscarse un destino propio. Y lo va logrando.
Clásicos es su tercer disco y es el primero que yo escucho. Me lo tropiezo por accidente y quedo paralizado ante una obra que desafía a lo que puede pasar con el vallenato, porque no imaginábamos este encuentro con el bolero y el jazz. Y le sale bien; el disco tiene una onda relajada y espontánea, como si siempre se hubiese tacado así, como si lo hubieran inventado los maestros del Café la Bolsa y él sólo repitiera, o como si no se diera cuenta de que él está inventando un nuevo futuro para el vallenato.
O de pronto no es vallenato, tan sólo canciones de su tierra cantadas con el mismo sentimiento, pero rearmonizadas para cumplir con el sagrado deber del artista: el de intentar cosas nuevas. Esta nueva música podría pasar por feeling en Cuba o lucirse en la tarima de un festival de jazz en Madrid o incendiar unas parejas en un club nocturno de Tokio.
Para lograrlo, reúne un trío de primera categoría armado sobre el ritmo del Negro Hernández, considerado el mejor baterista de latin-jazz del mundo, y el síncope del contrabajo del también cubano Diego Valdés; las armonías marchan sobre los arreglos del pianista peruano radicado en Colombia Kike Purizaga, quien las escribe con muchas puertas abiertas para invitar a los aportes de este tremendo grupo. La química se siente en la manera como los cuatro se entrelazan en las melodías de Chabuco, su voz encontrando amplio el espacio para transmitir la poesía vallenata.
¿Un nuevo género musical? Eso no importa tanto porque, por lo general, la música popular vale por los sentimientos que recorren la espina dorsal de los oyentes, indiferente a los cánones que los musicólogos le asignen, los cuales son posteriores al fenómeno, al accidente y a la invención.
Más bien, lo que este disco viene a reforzar es la idea de que Colombia es potencia musical, una de nuestras grandes ilusiones. Lo que Chabuco tiene que hacer, en mi opinión, es volar con su música a otra parte, a los festivales europeos de jazz en el verano y regresar a los de su patria en el otoño. Esos son los deseos para él en el 2011.

Por: Fernando Martelo.