30 enero 2011

Alfredo Gutiérrez: el rebelde del vallenato

Rompió todas las reglas del vallenato al usar el acordeón en porros y cumbias.



Entonces el rey era uno sólo y se llamaba Alejandro Durán Díaz. El Negro Alejo. Se había coronado con todas las credenciales el año anterior (1968) en la tarima de tabla, que se llamaría después ‘Francisco el Hombre’, de la plaza Alfonso López en Valledupar. La misma tarimita en la que hacía apenas 12 meses se había proclamado el Cesar como departamento. Pero ahora el recién nacido festival ofrecía una nueva oportunidad a la grandeza, a la posibilidad de ser un soberano del acordeón. Los artistas, con sus sombreros y sus abarcas tres puntá, se medían en los patios de las casas de los notables de la ciudad, a las que llegaban multitudes sólo por el placer de verlos entonar un canto o tomarse un trago de ron. Como hoy en día, pero sin tanto político, sin tanto club social y, lo mejor, sin tener que pagar la entrada. De la sabana de Sucre llegó un bicho raro cantando un merengue que acusaron de ser “acumbiao”, por no parecerse al vallenato tradicional. Su título es Papel quemado.

Las muchachas dicen que yo soy papel quemado.
No puedo enamorar porque estoy comprometido ¡Ay!
Que soy un borracho pernicioso y sin embargo
Donde quiera que llego un amor yo me consigo.

En realidad, el bicho raro era ya un reconocido intérprete de canciones, como Ojos indios y La cañaguatera, que se bailaban por los rincones del Valle de Upar, del Magdalena y de Bolívar: Alfredo de Jesús Gutiérrez Vital, entonces de 26 años, el artista que desde sus inicios se atrevió a usar el acordeón en aires musicales no habituales para ese instrumento, como la cumbia, el porro y el chandé. Mejor dicho, el hombre que metió al acordeón donde no debía estar. O donde algunos decían que no debía estar. Como varios puristas de Valledupar, que le quisieron cobrar caro aquel merengue “acumbiao”.

Sucedió durante las eliminatorias del concurso. Yo siempre tuve mi temperamento rebelde y me daba cuenta de que a los músicos que participaban en el festival, en el día, los ponían a tocar en los clubes de Valledupar o en las parrandas de algunas casas, pero luego no los tenían en cuenta para nada. Yo empecé a reclamar. Le reclamaba a la Doña. A la que sabemos. Y ahí comenzó esa antipatía. Yo no me dejaba manosear, como manoseaban a ‘Colacho’ o a Luis Enrique Martínez, que no les daban nada. Les daban era ron. La gente estaba conmigo, no dejaban de aplaudirme. Entonces, cuando yo estaba compitiendo en los quioscos, en plenas preliminares, ella llega y le dice al jurado que no tenga en cuenta las aclamaciones del público porque yo estaba tocando otra cosa que no era vallenato.

Muy digno, el aspirante a rey anunció su retiro del festival en medio de los gritos histéricos de “que sigaaa, que sigaaa” de la gente y Pedro Juan Meléndez, un veterano de la radio que en ese momento transmitía el evento para la emisora Olímpica y hoy cuenta 80 años, sentenció al aire su destino: “Señoras y señores, ha nacido un rebelde del acordeón”.

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Alfredo Gutiérrez se coronó en tres ocasiones Rey del Festival de la Leyenda Vallenata (en 1974, en 1978 y en 1986), pero nunca ha dejado de ser el rebelde aquel que se le enfrentó a la Señora del evento, la fundadora, Consuelo Araújo Noguera, La Cacica. Eso sí: para lograr esa conquista, que ningún otro acordeonero ha alcanzado en 42 años de historia, tuvo que quitarse la camisa de la cumbia y vestirse con el traje del vallenato tradicional. Ah, pero eso no le significó claudicar. En 1987 volvió por sus fueros cuando se realizó el primer concurso Rey de Reyes, al que sólo llegan a participar los grandes.


Los organizadores empapelaron las calles con afiches de ‘Colacho’ Mendoza. Entonces, yo pensé: esto como que ya está montado para que gane ‘Colacho’, y me retiré. Finalmente, ‘Colacho’ fue el que ganó ese año.

Su primera transgresión profesional, relata su biógrafo, el periodista Fausto Pérez Villarreal, data de 1965, cinco años después del nacimiento de Los corraleros de Majagual, la agrupación histórica (calificada por unos expertos como la Selección Colombia de la Música y, por otros, como la Sonora Matancera nacional), que conformaron Calixto Ochoa, César Castro, Lisandro Meza, Eliseo Herrera, Chico Cervantes y Alfredo Gutiérrez, entre otros. Al parecer, el viejo Toño Fuentes, cartagenero, dueño de Discos Fuentes y cofundador de la orquesta junto con los artistas, quiso registrarla como obra exclusiva suya. ¿Adivinen? El acordeonero no aceptó y abandonó el proyecto, no sin antes robarse a los músicos de bajo perfil, como el cajero y el guacharaquero.

No sólo se los robó para una nueva propuesta que bautizó como Alfredo Gutiérrez y sus estrellas. También, los uniformó. Los hizo acompañar de un bajo eléctrico y de coristas. Y contrató a un presentador en escena. Cuando algunos juglares andaban todavía en burro, alegrando cualquier esquina de pueblo con su canto, Alfredo Gutiérrez convirtió el oficio en una empresa con aspiraciones. Cuando la del acordeonero era una figura menor frente a la del cantante, Alfredo Gutiérrez le defendió su estatus. De nuevo, los puristas lo acusaron. Lo llamaron depredador del vallenato. Sin duda, la culpa fue de su rebeldía, de su desobediencia. Hombrecito atrevido, carajo.


Pero agárrense, puristas del vallenato, lo peor estaba por venir: Alfredo Gutiérrez se levantó un día y decidió que iba a tocar el acordeón con los pies. ¡Padre Santo, Francisco el Hombre tiene que estar revolcándose en su tumba! El primer espectáculo lo dio en Barranquilla, en el Carnaval de 1971. Alternaba con un sexteto venezolano que por la época causaba furor, llamado Los blancos de Venezuela, y cuyo timbalero se ganó todos los aplausos del público. Como le tocaba cerrar la presentación, quedó con una espinita. No quería ser menos que los venezolanos y su tal timbalero. Así fue que, finalizando su última canción, se quitó los zapatos, se tiró al suelo y empezó a tocar con los dedos de los pies. Ahora, no hay contrato que firme en el que los empresarios no le exijan hacer el show.

Aunque un verdadero show fue el que protagonizó en Venezuela, en 1981, cuando se le dio por aprenderse el himno de los vecinos y tocárselos con su acordeón. Ese mismo año se había presentado en el Madison Square Garden de Nueva York y fue ovacionado y cargado en hombros al interpretar con su instrumento el himno de los Estados Unidos. Quiso repetir la gracia, pero muchos (¿puristas otra vez?) se ofendieron y lo fueron a buscar al hotel en el que se hospedaba para pegarle. Me levantaron a planazos.

En el país, el apoyo le llegó desde la Presidencia para abajo, pero cuando unos periodistas le cuestionaron si realmente le habían pegado tanto como estaba asegurando, a Alfredo Gutiérrez, el rebelde del vallenato, sólo se le ocurrió bajarse los pantalones y mostrar a la televisión sus nalgas moradas por la golpiza. Tiempo después, nació de su autoría la canción Las tapas morás.

En Colombia hay cultura yo soy muy bolivariano
Pero los venezolanos nos tratan con mano dura
Con las tapas morás me mandaron pa acá
Ese Óscar de León me levantó a planazos
Y hasta el pobre acordeón ¡ay! Sintió los porrazos.

Exactamente una década después volvió a cobrar gran notoriedad en otro país: en Alemania, donde ganó en dos ocasiones el título de Campeón Mundial del Acordeón, una de ellas frente a un músico vienés con cuatro años de conservatorio. Cuando le preguntaron de qué conservatorio había salido él, atinó a contestar: De cosa aprendí a leer con el profesor Arquímedes y no hice ni un año de escolaridad.

Al profesor Arquímedes lo conoció en Sabanas de Beltrán, la vereda de Paloquemao, en el Sucre que alguna vez perteneció a Bolívar, en la que nació en 1943. Fue concebido en una vela de cumbia o velorio cantao, que es una fiesta que se les ofrece a los santos por las buenas cosechas. Su padre, Alfredo Enrique Gutiérrez Acosta —acordeonero de La Paz, Cesar, encargado de amenizar el festejo—. Su madre, Dioselina de Jesús Vital Almanza —bailarina de cumbia, quien le dio seis hermanos—. Lo hicieron en un fandango.

Su matrimonio con el acordeón, por supuesto, lo organizó el padre, que siendo Alfredo de Jesús un niño lo vinculó a la agrupación Los pequeños vallenatos.

En el 57 se acaba el grupo porque mi papá ya estaba muy mal de un cáncer cutáneo en la nariz. Murió en el 58 y yo dejé de tocar el acordeón como seis meses. Un día me di cuenta de que el instrumento se me había dañado y se me dio por ir a arreglarlo donde Calixto Ochoa, que vivía en Sincelejo. Ahí lo conocí y se convirtió en un padre.

El viejo Calixto lo vinculó a la agrupación que luego bautizarían como Los corraleros de Majagual y el resto es historia cantada.


Desde entonces ha pasado mucho: 12 hijos, con la misma, pero con distinta mujé, como dijo ‘El Negro’ Alejo. Una esposa vallenata, llamada Cecilia Moscote, y la época del desorden. Pero ahí sigue la rebeldía. Y una carrera musical vigente, con contratos todos los fines de semana y una lluvia de homenajes.


“Alfredo fue el primer acordeonista que supo amalgamar el estilo de la música sabanera, que es el porro y la cumbia, con el vallenato. Ahí radica su importancia”, sentencia el periodista sabanero Juan Carlos Díaz, quien añade que son contados los artistas que han logrado mantenerse 50 años en el mercado. ¡Cincuenta años bailando por cuenta de Alfredo Gutiérrez!


O si no, que lo digan en Guararé.

Carnaval de Barranquilla, a sus pies

El sábado, en el estadio Romelio Martínez de ‘La Arenosa’, la Fundación Carnaval de Barranquilla entregará una placa de reconocimiento al llamado “Rebelde del acordeón”, Alfredo de Jesús Gutiérrez Vital, para celebrar sus 50 años de vida artística y por su valioso aporte a la música del carnaval, que ya celebra sus momentos previos. El único que ha sido tres veces Rey Vallenato será el artista festejado en esta ocasión en el marco del programa “Carnaval, su música y sus raíces”. Y es que no son pocos los éxitos que el acordeonero ha puesto a sonar para la fiesta de fiestas de Barranquilla. Este año, por ejemplo, seguramente será el turno del Parce goterero. Antes, se cuentan canciones como La banda borracha y Festival en Guararé.