04 febrero 2011

Historia íntima de una loca entrevista sobre la muerte (Diomedes Diaz)

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En aquel mayo, de 1991, Diomedes Díaz había fraternizado lo suficiente con la muerte como para que ésta no le fuera extraña. Eran otros tiempos.

Diomedes Díaz era el Cacique, no solamente de La Junta, sino de toda Colombia. Carlos Vives ni siquiera había empezado a recortar sus pantalones largos, mientras un comerciante árabe con fama de loco andaba por las redacciones de Barranquilla tratando de convencer a los periodistas de que su hija, una tal Shakira Isabel, era una niña genio de la música.

Ya Diomedes era el artista más vendedor de la casa Sony Music en Colombia, y todavía faltaban 6 años para el suceso criminal que impactaría su vida para siempre.

En aquel mayo viajé a Bogotá con acceso privilegiado al estudio de grabación en el que Diomedes Díaz le daba los últimos toques al que sería su nuevo suceso discográfico: el disco Mi vida musical, título derivado de la canción principal de la producción.

Tan pronto conocí el repertorio, me llamó la atención una canción, que no era la que la Sony Music había seleccionado como objetivo. Se titulaba Mi ahijado, y me impresionó por todo lo que transmitía. Era un canto claro y directo que narraba, en tono dramático, la visita del cantautor a la viuda de un amigo suyo que había sido víctima de la violencia, y que comenzaba con una estrofa desgarradora:

Comadre cómo está, cómo le ha ido
He llegado a su casa porque sé,
que a pesar que el compadre se nos fue
Yo sé que aquí cerquita está conmigo
Y principalmente con usted.

Estuve allí, en el estudio, en el momento en que Diomedes cumplía el último paso de la grabación, es decir, le introducía la voz. Era evidente que la estaba cantando desde el fondo de sus vísceras y que algo muy personal debía estarse agitando en su interior.

Mientras lo observaba cantar, aquella fría noche en un estudio de Bogotá, intenté hacer suposiciones. Había muchas muertes flotando alrededor de los cantos de Diomedes Díaz y no era fácil llevar aquellas divagaciones a un punto certero. Muertes de todo tipo.

Lisímaco Peralta, el ‘héroe’ de la canción Lluvia de verano, había quedado tan fascinado con la exaltación que Diomedes le había hecho, que en una parranda le pidió al cantante que la interpretara varias veces seguidas, lo que generó una reacción por parte de unos hombres armados.

En la misma noche de su júbilo, Lisímaco Peralta, el hombre que no cambiaba de mujer sino de “comedero”, fue acribillado delante del mismo Diomedes, quien alcanzó a recibir salpicaduras de la sangre de su amigo.

Estaba también la historia de la muerte trágica de uno de los personajes más queridos para Diomedes Díaz, su tío Martín Maestre, a quien el artista rendía un homenaje precisamente en la canción Mi vida musical. El tío Martín había muerto en un lamentable accidente, cuando viajaba en el platón de una camioneta conducida por el mismo Diomedes Díaz, entre La Junta y Valledupar.

Pero además de las ‘presenciales’, por llamarlas así, la historia de Diomedes Díaz estaba asociada con una sucesión de muertes violentas de amigos suyos, a los cuales solía mencionar con mucha insistencia en sus canciones.

Samuel Alarcón, celebrado a gritos infinidad de veces en temas como Mi primera cana, había sido abatido a disparos en una cárcel de Bogotá. Moñón Dangond, cienaguero, también amigo del Cacique de La Junta, había también fallecido en trágicas circunstancias, al igual que Felipe Eljaick, Santos González y tantos otros. En fin, un trágico panteón de personajes a los que Diomedes Díaz, en sus entusiastas saludos, había demostrado profundo afecto.

Intentar adivinar de quién era viuda la protagonista de la canción resultaba entonces una tarea de brujos. Quizá por una razón personal, porque la había conocido y me había parecido una mujer férrea y extraordinaria, identificable con la de la canción, tuve siempre la certeza de que la canción era para Amarilis Calderón, la viuda de Germán Vargas Lobo, un reconocido médico de Valledupar que había sido víctima inocente de la narcobomba del Hotel Hilton en Cartagena. Pero no había certeza.

Una vez Diomedes terminó de cantar el tema vino entonces la entrevista, la cual fue allí mismo, en el estudio, con el artista vistiendo esa chaqueta de cuero que tanto brilla en el video.

Desde luego que no podía faltar la pregunta sobre la identidad de la viuda, el homenajeado y el tal Pachito, nombre que se me antojaba ficticio y que Diomedes utilizó para nombrar a su ahijado.

El artista jamás quiso decirlo. Respondió con rodeos, y por más que intenté que lo precisara, simplemente no hubo manera.

De allí, de sus repetidas negaciones, la conversación derivó hacia la muerte. Pensé que estaba cantada la pregunta, como quiera que en el nuevo disco había dos canciones alusivas a la muerte.

Es obvio también que Diomedes no rehuyó el tema. Antes por el contrario, se lanzó en aquella retahíla que hoy por hoy ya muchos se saben de memoria. (“Pero yo sí sé que a mí me afectaría más la muerte mía”; “Si yo supiera que uno sirviera más muerto que vivo, yo me muriera hoy, pero no sé, Ernesto, no sé”; “Imagínate: enterrao uno debajo de la tierra y con esos calores que hacen ahora”; “Claro que pinto mi entierro, bonito, y el cajón allá en el medio, los gamines vendiendo chicle, la viuda con pastilla pa’que no llore porque ya tiene plata…”

¿Qué pasó después?. Lo que nadie hubiera podido suponer es que todas esas preguntas sobre la muerte estaban incomodando de tal manera a Diomedes que al año siguiente, cuando le propuse una entrevista, el artista simplemente se negó.

Alguien me comentó que le aterraban esas preguntas sobre la muerte, algo que me sorprendió mucho, a juzgar por la manera como había respondido.

En varias ocasiones me dejó plantado, y en una de esas abrimos micrófonos a los fanáticos que se lo habían quedado esperando para una presentación en el parqueadero del estadio Romelio Martínez.

A Diomedes, cuyo conjunto ya para ese entonces era conocido como el de ‘Novienes Díaz y Juancho tampoco’, respondió a su manera, dándole un paseo a mi nombre por casetas y verbenas de la Costa Caribe. “Yo soy indio”, llegó a decir en una ocasión, quizá invocando el alma de algunos de sus compadres para que me callaran.

Luego vino lo que vino, y eso ya es harina de otro costal. Hoy, casi 20 años después de esa entrevista, veo a un Diomedes al que lo ha rondado la muerte con más intensidad que nunca, aunque siempre ha salido exitoso.

Le han practicado delicados procedimientos quirúrgicos en el corazón, como quien le saca una muela, y con la misma se levanta, come chicharrón, y sigue cantando.

Hoy por hoy, el video de la entrevista. ‘Diomedes y la muerte’, ha sido visto en más de 300 mil ocasiones. Ya surgió hasta una parodia, ( http://www.youtube.com/watch?v=X66_KQKT-T4).

En el foro de YouTube suelo leer todo tipo de comentarios, desde los que tildan al artista de ‘brutazo’ hasta los que lo consideran un genio, pasando por los que creen que fue una gran ‘mamadera de gallo’ en la cual fui la víctima. Yo me abstengo de opinar. Si me preguntaran por qué, me limitaría a responder: “no sé, Diomedes, no sé…”


Por Ernesto McCausland Sojo