02 octubre 2012

Exceso de velocidad (Vallenato express - Nueva ola)


Probablemente me caerán rayos y centellas de parte de sus seguidores. No importa. Ya preparé el pararrayos. Ya alisté el chaleco a prueba del fuego de sus fanáticos que, en radicalismo, superan a los talibanes. No obstante, como diría el siempre vigente maestro Escalona, “pero resulta que ocurren casos, me dan ganas y no me aguanto como” al vallenato le pasó.
Sin más rodeos, planteemos el tema. Entre los muchos problemas que aquejan a la música vallenata contemporánea (baja calidad  y banalización  de sus letras, canciones prefabricadas y producidas en serie, pérdida de lirismo y de creatividad, mercantilismo rampante, malas producciones, relaciones non sanctas de los artistas, y un infinito etcétera), hay uno que me saca de casillas: el exceso de velocidad en la interpretación. Pareciera que sus intérpretes estuvieran inmersos en una carrera de fórmula uno y no ejecutando música para el deleite de los oídos. En sus presentaciones, sean privadas o públicas, los conjuntos dan la impresión de competir por cuál de todos es el más veloz, olvidando con ello la imprescindible cadencia y los patrones rítmicos inherente a nuestra música.
La gran mayoría de jóvenes intérpretes –muchos de ellos amigos y conocidos– han incurrido en esta afanada y errónea competición que es verdaderamente molesta para los oyentes y sin sentido. Ninguna agrupación se salva: Silvestre Dangond, Peter Manjarrés, Martín Elías, El Mono Zabaleta, Omar Geles, Luifer Cuello, Churo Díaz, Elkin Uribe, Los K-vras, Los K-Morales y muchos otros corren como locos, como si hubiese un premio al final por ser más rápidos. Ya ni bailar se puede, salvo que se intente estar toda la fiesta al compás de un acelerado “ritmo” imposible de mantener más de tres piezas, so pena de quedar con la cadera dislocada. Es que ni las canciones lentas y pausadas como Ausencia, Río Badillo, Por ella, Te necesito o Bonita dan para tocar al ritmo y tiempos adecuados. Todo es aceleración, ímpetu descontrolado, caída libre, van a mil por hora. Fernando Rangel –enhorabuena rey vallenato (2012)– perdió el pasado festival (2011) frente a Almes Granados, el último acordeonero de la vieja guardia, precisamente por tocar el son (el aire más lento de los cuatro) pasado de revoluciones.
Naturalmente, la rapidez en la interpretación ayuda a esconder muchas fallas musicales que quedarían al desnudo a una menor velocidad. Tal vez por esto las agrupaciones han incurrido en este detestable modo de ejecutar la música, que, al final, termina generando una estridencia insoportable para el oído amante de la buena música. Lo peor es que el problema no se reduce al campo de la interpretación; ya ha hizo metástasis y se extendió infortunadamente a la composición, alma y nervio del vallenato.
El contraejemplo de lo que aquí se critica es la producción fonográfica de Chabuco, titulada Clásicos Café de la Bolsa, en la cual le da una lección inmejorable a los nuevos artistas de cómo explorar alternativas musicales sin alterar los cánones esenciales del vallenato. En su obra, con clara influencia del latin jazz, Chabuco, sin ser la mejor voz, suena acompasado, con gracia, agradable, en una palabra: natural. 

 
Por supuesto, los artistas clásicos del vallenato como Poncho, Jorge, Diomedes e Iván están curados de incurrir en tan horripilante manía. Como diría el refranero popular, son como viejos leones que rugen sentados. Ellos cantan sin afanes, sin prisa.
Soy consciente que el vallenato, como cualquier otro género musical, evoluciona. Sin embargo, largo es el trecho entre evolución y revolución. Las presentaciones en vivo que he visto últimamente confunden cadencia con estridencia. Antes de que disparen sus dardos sus fanáticos, conviene recordarles a artistas y seguidores, el viejo adagio que reza que de la carrera sólo queda el cansancio. Nada más. 


Por  Andrés Molina  Araújo

Fuente: http://www.elheraldo.co/