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06 septiembre 2010

¡A Lorenzo Morales nunca le cayó la Gota Fría!

Una aproximación periodística a la vida y obra de Lorenzo Morales desde la perspectiva de tres paseos vallenatos: “La Gota Fría”, de Emiliano Zuleta; “Buscando a Morales” de Rafael Escalona y “La Muerte de Moralito” de Leandro Díaz



La Gota Fría (Emiliano Zuleta)

En Urumita, Guajira, sólo falta que le levanten un monumento a Lorenzo Morales por perdedor, por cobarde, por miedoso, por “gallina”. 60 años después de que en este pueblo se presenciara el acontecimiento más importante para su historia, la piqueria entre Emiliano Zuleta y Lorenzo Morales, todavía las mujeres con su alharaca aseguran que Moralito se fue de mañanita y que dejó un duelo en tablas. Hoy, cuando camino por las calles urumiteras, estoy convencida que ésta es la única piqueria vallenata donde el perdedor sale tan bien librado, que medio siglo después todavía se le recuerda con bullicio y sin afán alguno.

Cuando mi gran amigo epistolar, Alberto Salcedo Ramos, escribió el “Testamento del Viejo Mile” estaba seguro que la historia de Lorenzo Morales sería, cuando se escribiera, el relato de un perdedor, de una sombra. Y estaba seguro porque durante algunos de los encuentros que tuvo con el Viejo Mile, ahí estaba Moralito escoltando a su compadre, mudo, atento, esperando quizás que algún periodista extraviado con ansias de noticia viniera a entrevistarlo. Sí. Es que para todos era claro que a quien habían invitado era a Zuleta y no a Morales y que Morales estaba ahí porque Zuleta, en sus últimos tiempos, siempre “cargó con él”. Por esta razón Salcedo Ramos termina el Testamento diciendo: “Zuleta carga con su compadre adondequiera que lo invitan a dar un concierto porque estima apenas justo dejarlo participar de las ganancias que ayudó a forjar. Sabe que sin él, su canto habría quedado inconcluso...”

La Gota Fría es un paseo célebre por dos razones esenciales: La primera porque es un insuperable embuste, no cabe duda, y la segunda porque está tan bien hecho el relato que da cuenta al mundo de dónde queda la Provincia con su “negro yumeca” y con su “no quisiste hacer parada”, tipifica la figura y la idiosincrasia del juglar.

¿Por qué la Gota Fría no deja de ser una calumnia? Salcedo dice que fue la natural arrogancia de Emiliano –que los urumiteros muy bien se encargaron de abonar– lo que lo llevó a sentirse acorralado por la nota melodiosa de Morales, y entonces con la dignidad herida realizó lo que mejor sabía hacer: la narración versificada de una contienda que tiene más de imaginario que de realidad. Así fue como se erigió cual ganador indiscutible de un duelo musical que nunca se llevó a cabo. Por ello quien escuche la Gota Fría queda informado de la supuesta huida cobarde de un juglar.

Sin embargo, es menester contar lo que La Gota Fría omite para establecer que no hubo tal huida, ni tal cobardía, incluso es menester contar que Morales, aquella noche mientras Emiliano dormía, desplegó, generosamente para los urumiteros que parrandeaban desde temprano, las notas de su acordeón.

Aún más, pocos conocen la gran admiración de Morales por el toque de Chico Bolaño, quien desde épocas atrás era el acordeonero más reconocido, lo cual nos permite inferir que la ejecución de Morales encontró durante mucho tiempo sostén en la creatividad del molinero y deducir que su despliegue melódico, reconocido por los más rancios parranderos, recibiera la influencia de aquel.

Lorenzo Morales es el único heredero de la nota de Bolaño, distinto a su dinastía, que escuchó y emuló la nota de Chico hasta hace unos años cuando el mal de tembladera le robó la agilidad a su manos. “Ese Bolaño era un señor músico, muy músico, yo lo reconozco como acordeonero especial, un tipo molinero, del Molino, más arriba de Villanueva. Él fue uno de los principales acordeoneros, maestro por aquí, a mí me gusto mucho la melodía del él”, comenta Morales.

En segunda instancia, y al mencionar a los negros yumecas, Zuleta le apuesta a un tipo de narración satírica, ubicándolo como un desarraigado más de la Zona Bananera, pero con ello no consiguió minimizar su condición de acordeonero. Al contrario, paradójicamente lo regresa a sus cardonales. Dos fragmentos relevantes de La Gota Fría:

Lo segundo narrado por La Gota Fría que tipifica la idiosincrasia juglaresca, es eso de hacer parada, no es parranda, óigase y dígase bien, es PA-RA-DA, los músicos, nuestros juglares, tenían la necesaria costumbre de parar, de parar en los pueblos a esperar que el acordeonero que “jugaba” de local, se diera cuenta de su llegada y al fin decidiera pararse con él...

La Gota Fría se convierte, entonces, en un abanico de tristezas y soledades, de bonanzas y lujos, de historias, de historia patria y de historia macondiana. La Gota Fría eterniza el estilo de los paseos juglarescos, con los cuales reveló el alma de los pueblos.



Reproductor de videos periodisticos referentes a la cancion "La Gota Fria" y varias versiones de la misma



Buscando a Morales (Rafael Escalona)

Hace 62 años un jovencito de la estirpe del coronel Clemente Escalona conoció la magnitud de la trashumancia juglaresca, al no encontrar en su casa al acordeonero insignia de la tierra de los cardonales. En aquel entonces, 1945, Rafael Escalona y su compadre Miguel Canales se recorrieron Guacoche desde la plaza hasta el río, en busca de noticias de Lorenzo Morales. Algunos lugareños le dijeron que estaba en Badillo otros que en Patillal. Las mujeres del pueblo le recomendaron que si no lo encontraban en Valencia se fueran para Caracolí. Pero Rafael siguió su camino para “La montaña”, la finca de su compadre Miguel, y por esa vez, sólo por esa vez, se quedó sin escuchar el toque de Lorenzo Miguel. Días más tarde escribió unos versos, que llegaron hasta Morales, en donde le decía que había pasado por su casa y que la había encontrado sola, que había empujado la puerta y que la puerta estaba trancá... y Morales se convirtió en un canto de Rafael cuando este sin garabatear escribió: “porque Moralito es una enfermedad / que está en todas partes y en ninguna está, / porque Moralito es una fiebre mala / que llega a los pueblos y en ninguno para”. Sin duda alguna, Lorenzo llenaba de requisitos con su nota a un joven aprendiz de compositor de escasos 17 años, el gran Rafa, que seguramente llegó a Guacoche para que Lorenzo acompañara con su acordeón sus cantos y no para que los cantos acompañaran el acordeón. El tiempo inexorable invertiría los lugares y ahora, Escalona encuentra a Lorenzo cada vez que se le antoje y Lorenzo, sólo atina a decir, “el viene por aquí de vez en cuando”

Escalona, aclaro, fue el que le contó a Marina Quintero, maestra de la Universidad de Antioquia, que esa tarde llegaron a Guacoche Miguel Canales y él buscando a Lorenzo porque querían parrandear. Y que no lo encontraron y que le preguntaron a medio pueblo y que siguieron su camino para “La Montaña”. Todo eso se lo dijo el maestro Escalona a Marina cuando ella le preguntó por su canción “Buscando a Morales”. Pues bien, para su comadre Consuelo Araujonoguera, Rafa si fue a Guacoche, pero no con Miguel Canales sino con Hernandito Molina. En efecto, así lo relata Consuelo en su libro “Rafael Escalona el Hombre y el Mito”: “en 1945 se realizó en Valledupar el bautizo del nieto de Rosa García, cuyo padrino era el doctor Ciro Pupo Martínez. Y a la casa de Rosa fueron a parar los grandes, medianos y pequeños parranderos atraídos por la fama del acordeonero encargado de amenizar las fiestas, que lo era Lorenzo Morales. El convite se prolongó tres noches y dos días y los comentarios siguieron durante toda la semana siguiente. Pero hubo dos de los contertulios que inexplicablemente se quedaron por fuera: Rafael Escalona y Hernandito Molina”.

Consuelo dice que cuando los dos parranderos se enteraron de las maravillas del acordeón de Morales, decidieron ir a buscarlo a Guacoche, “así que ellos también armaron viaje esa tarde; y por la noche, después de mil peripecias encima de una mula vieja y de un macho tuerto, llegaron a Guacoche con una borrachera de cinco pisos...” y que después al no encontrarlo, regresaron al Valle y el 6 de enero en la casa de Oscarito Pupo, Escalona cantó “Buscando a Moralito”

De esto don Hernando Molina no recuerda nada. No recuerda a Lorenzo, ni su toque, ni su acordeón. No recuerda a Guacoche y no sé qué tanto se acuerde de Rafa. En cambio, Lorenzo si recuerda a pesar de ser mayor que don Hernando. Morales me dice que Escalona fue a buscarlo, que lo importante no fue con quién, sino que fue a buscarlo y que lo más importante fue que no lo encontró, “eso no es mentira, yo en ninguna parte estaba. Él era un tipo parrandero de aquí de Valledupar, me buscaba en la Paz, me buscaba en San Diego, me buscaba en Valencia... y yo estaba de parranda en Manuare o por el Plan, por muchas partes de esas, eran los lugares donde uno se codeaba con los amigos, nosotros éramos amigos y por eso él sentía la ausencia mía, como sabía que yo siempre tenía mucha música inédita”. Bueno, hoy pienso que si lo hubieras encontrando, querido maestro Rafael Escalona, no habrías comprobado aquello de la trashumancia, de la vagabundería, de los juglares.


La Muerte de Moralito (Leandro Díaz)


"La muerte de Moralito" Interpretada por los Playoneros del Cesar

A los 93 años el pasado para Lorenzo no tiene fechas, ni horas ni días. No. En el pasado de Morales hay tres asuntos contundentes y repetitivos: La Zona Bananera, Codazzi y Carmen Bracho. No más. La Zona representa los tiempos de gloria, de acordeones bonitos, de zapatos lujosos, de un buen trago. En Carmen Bracho están todas las mujeres que él amó y en Codazzi esta su vida campesina.

Morales dijo que se había internado en la Sierra decepcionado de la música, un par de años después de que Zuleta escribiera la Gota Fría. Estaba decidido a morir sembrando maíz y ordeñando vacas. Ahí nacieron muchos de sus hijos, y la música y las corredurías quedaron subordinadas a esta lejanía. Tanto así, que Leandro Díaz compusiera para él, el tercer paseo que considero emblemático por cuanto describe la angustia por una muerte no anunciada.

La importancia del paseo de Leandro se concentra en dos puntos claves: La razón por la cual Leandro Díaz reclama la presencia de Morales y la segunda lo que Leandro espera alcanzar mediante su clamor.

“La Muerte de Moralito” es un monumento a la composición y ¿por qué no decirlo?, una protesta. Leandro reclama la presencia de Morales sin que entre los dos exista un vinculo de amistad o de cofradía. Lo hace, porque le parecía sospechoso que a sus coterráneos, a los provincianos, a quienes parrandeaban con él, no se hubieran preguntado por la no presencia del acordeonero más famoso. Leandro divide, entonces, la vida de Lorenzo en tres tiempos: El tiempo de la gloria cuando su andar silencioso por la región se volvía todo un acontecimiento, el tiempo de la ausencia cuando decidió no defenderse más de los satíricos versos de su compadre y se internó en una finquita de la Sierra y se volvió agricultor y el tiempo de la sombra, tiempo en el que caminó por las huellas de Zuleta.

Mientras escribo esto, recuerdo que un tanto angustiada le comenté a mi amigo Álvaro Becerra del olvido en el cual vive Lorenzo actualmente, y como si tuviera la respuesta pensada desde mucho tiempo atrás, dijo sin agregar más nada: “¡el Coronel no tiene quién le escriba!”. No siendo más, busqué a Beto Murgas, y con la misma angustia con la que le hablé a Álvaro Becerra del olvido a Lorenzo, le hablé a Beto, y entonces con la seriedad que el asunto amerita, me dijo, que el coronel si tiene quien le escriba, desde enero de 2007, señores, Lorenzo Morales fue declarado por Sayco, Gloria Del Folclor Nacional.


Apartes de la Ponencia sobre Lorenzo Morales presentada en el XXIV Foro Nacional sobre el Folclor Vallenato en la ciudad de Valledupar – Cesar
Esta Ponencia se realizó con el apoyo del Centro de Investigaciones de la Facultad de Comunicaciones de la Universidad de Antioquia


Fuente: http://www.elmundo.com/

25 agosto 2010

EL VALLENATO PROHIBIDO DE ESCALONA "ROJAS PINILLA"

El escritor vallenato Alonso Sánchez Baute se dio a la tarea de buscar por cielo y tierra las estrofas de las que el juglar se avergonzó toda su vida. Acá está la canción en homenaje al general Rojas Pinilla, que los amigos de Escalona nunca perdonaron, y un acercamiento a la proximidad del compositor con el poder.


El general Rojas Pinilla y Rafael Escalona


Un párrafo de Consuelo Araújo en Escalona el hombre y el mito llamó mi atención: “No es justo el juicio secreto que muchos de los amigos y partidarios deEscalona intentaron hacerle para pedirle cuentas, castigarle, cobrarle o simplemente echarle en cara lo que consideraron una defección imposible en su obra musical. Él es únicamente un cantor, un cronista lírico y como tal hay que aceptarlo o rechazarlo, admitirlo o criticarlo, sin caer en la trampa de montarles juicios a sus actitudes”. La Cacica se refiere a un canto que el maestro compuso para Rojas Pinilla. “Hoy, Escalona, pese a la buena amistad que mantiene con María Eugenia Rojas, prefiere no hablar de este suceso, que muchos de sus amigos y seguidores nunca entendieron ni le perdonaron”.

Desde muy niño recuerdo al maestro vestido de caqui y pistola visible en la pretina del pantalón. ¿Por qué habría de “paniquear” tanto una canción del pasado a un hombre que presumía de su arrojo? ¿Qué era lo que no le perdonaban sus amigos? ¿Por qué le causaba tanta vergüenza un canto que compuso cuarenta años atrás? “En el apogeo de su gloria –cuenta La Cacica–, el alto gobierno decide invitar al cantor a Bogotá. María Eugenia Rojas brinda una fiesta en su residencia en la que Escalona será la figura principal y allá va él con un heterogéneo grupo musical con Víctor Soto en el acordeón. Escalona determina hacerle un canto al general Rojas Pinilla”.

Quienes me conocen saben que no soy versado en vallenato a pesar de haber nacido y crecido en Valledupar. En mi iPod hay más música de Aldo Haydar que de Diomedes Díaz. Aun así, me llamó la atención conocer este vallenato del que consulté con el señor Google, busqué en el Ares y hurgué en mis libros de folclor para no encontrar nada nuevo. La explicación de Consuelo es que “se trata de un canto nonato” y que “de su recuerdo sólo quedan aquellos que lo grabaron”. De manera que me di a la tarea de encontrar a alguno de ellos.

Abrevio el cuento hasta la parte en que pido a mi papá que me ayude buscando en Valledupar datos que lleven esta historia a feliz término. Él habla con el Turco Pavajeau, con Andrés Becerra, con Alejandro Isaza. Amigos suyos que fueron a la vez amigos de Escalona. Días después se prende una luz. El hermano de Jaime Calderón Brugés, quien vive en Estados Unidos, guarda comunicación con Víctor Soto en Miami.

Calderón Brugés me hace el cruce telefónico, primero con su hermano y luego, por medio de éste, con el primer acordeonero que tocó las canciones de Escalona, y de paso el primero que interpretó vallenatos en Bogotá. Tras varios intentos, ninguno de los dos responde el teléfono. Mientras se da la espera, analizo con el ex Registrador Nacional la cercanía de Escalona con el poder.

Calderón recuerda que en la campaña para la Constituyente, Pastrana Borrero visitó Valledupar acompañado por la pléyade del godismo local. Estando en pleno evento irrumpió Escalona, quien no sólo no estaba invitado sino a quien tampoco se le conocían intereses en el Partido Conservador. “Fue directo a la mesa principal, saludó a Pastrana y se sentó a su lado”. Finalizado el acto, Pastrana –viejo zorro de la política que años atrás sacó dividendos de su amistad con Pambelé– susurró al oído de un político local “Saquémosle una declaración”, esperando que Escalona invitara a votar por su lista. Algunos ad láteres acuden con sus micrófonos. Escalonaelogia al Presidente pero no pronuncia la frase esperada. Años después, en una conversación entre Pastrana y Calderón, éste le pregunta qué tanta votación aportan los personajes públicos del deporte o la farándula. “Eso es un imponderable”, contesta el Presidente, dando a entender que, más que votos, tributan con reconocimiento y popularidad.

Días atrás, durante un almuerzo en el hotel Dann, el abogado e historiador Ciro Quiroz me contó sobre el día en que Escalona se conoció con Uribe Vélez. “El gobernador de Antioquia estaba en una fiesta en el Club Valledupar. Sin conocerlo, Escalona le mandó con un mesero una botella de whisky. Uribe la recibió con la frase Yo no he pedido whisky, a lo que el mesero respondió Es una cortesía del maestro Escalona. Tan pronto el mesero se lo señaló, el gobernador se desplazó hasta su mesapara saludarlo. Allí nació la amistad que luego se consolidó cuando Uribe se lanzó a la presidencia y al primero que buscó en la región fue a Escalona, quien le prestó su fama para que la usara en la búsqueda de votos”.

Lo primero que sorprende de Víctor Soto es el vigor de su voz. Es n hombre de ochenta años que a través del hilo telefónico parece mucho menor. También llama la atención su detallada memoria y la forma como engrana con facilidad las nostalgias sentimentales con la especificidad de los lugares.

Víctor Soto salió de Colombia hace cuarenta años. Llegó a Nueva York, donde vivió durante casi tres décadas. De ahí emigró a Miami en busca de calor. Soto es el acordeonero que aparece junto a Escalona en aquellas bellísimas fotografías “clickeadas” por el maestro Nereo que el Ministerio de Cultura editó hace una década en un llamativo formato en blanco y negro. “La primera visita de Escalona a Bogotá fue en 1956 –afirma Soto sin dudar un ápice–. Rojas Pinilla y el maestro se conocieron en el batallón Rondón en Buenavista y luego el general nos invitó para un toque el 7 de agosto en Melgar, que nunca se realizó debido a la explosión en Cali de dos camiones cargados con dinamita”.

De manera que tenemos a un testigo excepcional de los inicios musicales de Rafael Escalona. Quizás por eso me timbro al escuchar en su voz una frase tan contundente e inesperada como polémica: “El acordeón llegó a Escalona por necesidad, pues en la región no existían ni guitarras, ni violines, ni sinfónica”. ¿El maestro del vallenato prefería la guitarra antes que el acordeón? Es lo que afirma Soto acodándose en esta historia: “Escalona decía que en su casa no lo dejaron aprender a tocar acordeón, pero yo opino lo contrario: a Escalona no le gustaba el acordeón para su música. Le parecía muy poca cosa”.

Corrían tiempos cuando la música de acordeones no era de buen recibo en los salones de la clase afortunada, lo cual plantea una reflexión: prohibido el acordeón en el Club Valledupar, a Escalona le importaba no ser rechazado por la oligarquía de su pueblo, por los poderosos. Pregunto a Soto por qué Escalona prefería guitarras y violines a la hora de grabar sus cantos. Transcribo su respuesta literal: “Por pretencioso. Le parecían poca cosa los acordeoneros de esa época”.

Luego de más de media hora de animada conversa, finalmente llegamos al punto que motiva mis pesquisas: la tan mentada canción homenaje a Rojas Pinilla, que Víctor Soto me canta de memoria al mismo tiempo que la grabo para la posteridad en mi teléfono celular. El canto tiene tres nombres y su letra es tal cual sigue, a pesar de la aclaración de Soto de que las estrofas finales fueron incluidas por Escalona algún tiempo después.


“13 DE JUNIO” O “ROJAS PINILLA” O “EL GENERAL”

Ombe cada vez que esta nación
oiga ve su libertá en peligro
Ombe se da cuenta el ser divino
y manda un libertador
Se da cuenta el ser divino
Y le manda un libertador
A Colombia fue Rojas Pinilla
El que le quitó la pesadilla
Ombe porque en el 13 de junio
Ay se terminó el gran infortunio
Ahora toda América dirá
Ay que en Colombia hay libertad
Porque Colombia sentía amargura
Ombe Rojas Pinilla llegó
Porque Colombia sentía amargura
Ombe Rojas Pinilla llegó
Ombe a borrar con su ternura
La sangre que otro derramó
A Colombia fue Rojas Pinilla
El que le quitó la pesadilla
Ombe porque en el 13 de junio
Ay se terminó el gran infortunio
Y ahora toda América dirá
En Colombia hay libertad
A Chiriguaná fue a visitar
Estuvo en los llanos en Casanare
A Chiriguaná fue a visitar
Estuvo en los llanos en Casanare
Ay es muy justo general
Ombe que también visite el valle
Hombre y es muy justo general
que también visite el valle
Ombe pa’que vea que
el pueblo grita
Emocionado con su visita
Para que le cuente a sus ministros
Lo que en la provincia ha visto
Y se lleve un recuerdo grato
De la tierra de Pedro Castro



Lo primero que pienso tras escucharla es que la letra es tan desafortunada que ni siquiera parece escrita por Escalona. No olvidemos que se trata de uno de los compositores más ilustres que ha nacido en nuestro país, alguien que dio gloria a nuestra cultura con la sencillez de su poesía, que no es lo que perfilan estos versos. Creo entender las razones de su vergüenza al esconderla –y esto es lo siguiente que pienso–: el problema no es elogiar a Rojas Pinilla. Lo imperdonable es lo malo que le quedó el canto.

El canto fue grabado, según Consuelo, “en menos de lo que canta un gallo en la Radio Nacional, bajo la impecable dirección musical del maestro José María Peñaloza, que ha escogido a su gusto treinta músicos de la Orquesta Sinfónica Nacional”. ¿Para qué quería grabada una canción tan mala el general? Asuntos de vanidad, supongo. ¿Por qué recula Escalona y la echa al olvido luego de que el general cae en desgracia? Las interpretaciones quedan abiertas a los lectores no sin antes informar de una tercera –y conocida– ocasión en la que el maestro también flaquea ante los poderosos.

Siendo López Michelsen candidato a la presidencia, Escalona compone un canto que se convierte en himno de su campaña: López es el pollo. Pues bien, un par de líneas de este canto fueron mandadas al olvido por decisión de la Dirección Liberal con la anuencia del maestro. El verso en cuestión decía “Que nada de Lleras ni el otro dos Lleras. Ahora es con López y el Partido Liberal”. El liberalismo prohibió estas líneas y Escalona bajó su cerviz. La historia me la contó Ciro Quiroz y yo le doy total crédito por venir de una persona no sólo muy cercana al maestro sino, a la vez, un gran investigador de nuestro folclor.

Al igual que Pambelé o su amigo García Márquez, Escalona fue siempre un hombre cercano al poder. ¿Por qué la atracción de las figuras de la cultura y el deporte nacional por los poderosos? “Se debe a un embelesamiento –la respuesta es de Ciro Quiroz–. Todos nos movemos por complejos. Lo que te impulsa es algún complejo. Escalona, en el fondo, tenía un complejo social por no haber nacido en la oligarquía local”. ¿Lo puedo citar?, pregunto a Quiroz durante el almuerzo en los sótanos
del hotel Dann de Bogotá. “Sí, sí. Claro. ¡No estoy mintiendo!”.


Fuente: http://www.revistadiners.com.co/