25 febrero 2011

Documental sobre Carlos Vives "ADN"


Muestra de un documental biográfico sobre Carlos Vives, en donde él mismo contará su historia desde que era un niño hasta hoy, así como la forma en que su éxito musical está ligado a su infancia y a las influencias musicales que heredó del vallenato por haber crecido en Santa Marta, su ciudad natal.

En el recorrido que hace 'ADN' por la vida de Vives, encontramos que en su juventud quiso dedicarse a la medicina y a la odontología, pero su destino siempre estuvo ligado al mundo del entretenimiento. Sus inicios en la televisión, su paso por las novelas, su pasión por la música y esa búsqueda constante por hallar ese proyecto que fuera “propio”, que fuera “suyo” es lo que ha formado al Carlos Vives de hoy.

Y fue justo cuando protagonizó la novela 'Escalona' en donde él personificaba al compositor vallenato, que incursionó fuertemente en el ámbito musical. Aunque el vallenato típico no era el sonido que quería para su música, fueron los ritmos de composiciones clásicas los que le dieron la clave para encontrar el toque especial que tanto buscaba, un vallenato moderno que hoy se escucha en todo el mundo.

Luego de 'Escalona' y de grabar dos trabajos con la música de la novela, llegó “Clásicos de la Provincia”, su primer proyecto, la conjugación de sus deseos y el inicio de un nuevo ritmo musical.

Una rica e interesante selección de testimonios por parte de las personas más allegadas a él, como su esposa Claudia Elena Vásquez, su hermano Guillermo Vives, su mamá, Aracelly Restrepo, sus compañeros de trabajo, músicos y periodistas darán cuenta del cariño y admiración que le tienen.

Con este 'ADN', se le rinde homenaje a este músico, que fue el primero de los grandes en Colombia, el que con ideas arriesgadas e innovadoras, logró constituirse en un gran embajador de Colombia para el mundo.

Fuente: http://entretenimientoplus.com/


04 febrero 2011

Historia íntima de una loca entrevista sobre la muerte (Diomedes Diaz)

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En aquel mayo, de 1991, Diomedes Díaz había fraternizado lo suficiente con la muerte como para que ésta no le fuera extraña. Eran otros tiempos.

Diomedes Díaz era el Cacique, no solamente de La Junta, sino de toda Colombia. Carlos Vives ni siquiera había empezado a recortar sus pantalones largos, mientras un comerciante árabe con fama de loco andaba por las redacciones de Barranquilla tratando de convencer a los periodistas de que su hija, una tal Shakira Isabel, era una niña genio de la música.

Ya Diomedes era el artista más vendedor de la casa Sony Music en Colombia, y todavía faltaban 6 años para el suceso criminal que impactaría su vida para siempre.

En aquel mayo viajé a Bogotá con acceso privilegiado al estudio de grabación en el que Diomedes Díaz le daba los últimos toques al que sería su nuevo suceso discográfico: el disco Mi vida musical, título derivado de la canción principal de la producción.

Tan pronto conocí el repertorio, me llamó la atención una canción, que no era la que la Sony Music había seleccionado como objetivo. Se titulaba Mi ahijado, y me impresionó por todo lo que transmitía. Era un canto claro y directo que narraba, en tono dramático, la visita del cantautor a la viuda de un amigo suyo que había sido víctima de la violencia, y que comenzaba con una estrofa desgarradora:

Comadre cómo está, cómo le ha ido
He llegado a su casa porque sé,
que a pesar que el compadre se nos fue
Yo sé que aquí cerquita está conmigo
Y principalmente con usted.

Estuve allí, en el estudio, en el momento en que Diomedes cumplía el último paso de la grabación, es decir, le introducía la voz. Era evidente que la estaba cantando desde el fondo de sus vísceras y que algo muy personal debía estarse agitando en su interior.

Mientras lo observaba cantar, aquella fría noche en un estudio de Bogotá, intenté hacer suposiciones. Había muchas muertes flotando alrededor de los cantos de Diomedes Díaz y no era fácil llevar aquellas divagaciones a un punto certero. Muertes de todo tipo.

Lisímaco Peralta, el ‘héroe’ de la canción Lluvia de verano, había quedado tan fascinado con la exaltación que Diomedes le había hecho, que en una parranda le pidió al cantante que la interpretara varias veces seguidas, lo que generó una reacción por parte de unos hombres armados.

En la misma noche de su júbilo, Lisímaco Peralta, el hombre que no cambiaba de mujer sino de “comedero”, fue acribillado delante del mismo Diomedes, quien alcanzó a recibir salpicaduras de la sangre de su amigo.

Estaba también la historia de la muerte trágica de uno de los personajes más queridos para Diomedes Díaz, su tío Martín Maestre, a quien el artista rendía un homenaje precisamente en la canción Mi vida musical. El tío Martín había muerto en un lamentable accidente, cuando viajaba en el platón de una camioneta conducida por el mismo Diomedes Díaz, entre La Junta y Valledupar.

Pero además de las ‘presenciales’, por llamarlas así, la historia de Diomedes Díaz estaba asociada con una sucesión de muertes violentas de amigos suyos, a los cuales solía mencionar con mucha insistencia en sus canciones.

Samuel Alarcón, celebrado a gritos infinidad de veces en temas como Mi primera cana, había sido abatido a disparos en una cárcel de Bogotá. Moñón Dangond, cienaguero, también amigo del Cacique de La Junta, había también fallecido en trágicas circunstancias, al igual que Felipe Eljaick, Santos González y tantos otros. En fin, un trágico panteón de personajes a los que Diomedes Díaz, en sus entusiastas saludos, había demostrado profundo afecto.

Intentar adivinar de quién era viuda la protagonista de la canción resultaba entonces una tarea de brujos. Quizá por una razón personal, porque la había conocido y me había parecido una mujer férrea y extraordinaria, identificable con la de la canción, tuve siempre la certeza de que la canción era para Amarilis Calderón, la viuda de Germán Vargas Lobo, un reconocido médico de Valledupar que había sido víctima inocente de la narcobomba del Hotel Hilton en Cartagena. Pero no había certeza.

Una vez Diomedes terminó de cantar el tema vino entonces la entrevista, la cual fue allí mismo, en el estudio, con el artista vistiendo esa chaqueta de cuero que tanto brilla en el video.

Desde luego que no podía faltar la pregunta sobre la identidad de la viuda, el homenajeado y el tal Pachito, nombre que se me antojaba ficticio y que Diomedes utilizó para nombrar a su ahijado.

El artista jamás quiso decirlo. Respondió con rodeos, y por más que intenté que lo precisara, simplemente no hubo manera.

De allí, de sus repetidas negaciones, la conversación derivó hacia la muerte. Pensé que estaba cantada la pregunta, como quiera que en el nuevo disco había dos canciones alusivas a la muerte.

Es obvio también que Diomedes no rehuyó el tema. Antes por el contrario, se lanzó en aquella retahíla que hoy por hoy ya muchos se saben de memoria. (“Pero yo sí sé que a mí me afectaría más la muerte mía”; “Si yo supiera que uno sirviera más muerto que vivo, yo me muriera hoy, pero no sé, Ernesto, no sé”; “Imagínate: enterrao uno debajo de la tierra y con esos calores que hacen ahora”; “Claro que pinto mi entierro, bonito, y el cajón allá en el medio, los gamines vendiendo chicle, la viuda con pastilla pa’que no llore porque ya tiene plata…”

¿Qué pasó después?. Lo que nadie hubiera podido suponer es que todas esas preguntas sobre la muerte estaban incomodando de tal manera a Diomedes que al año siguiente, cuando le propuse una entrevista, el artista simplemente se negó.

Alguien me comentó que le aterraban esas preguntas sobre la muerte, algo que me sorprendió mucho, a juzgar por la manera como había respondido.

En varias ocasiones me dejó plantado, y en una de esas abrimos micrófonos a los fanáticos que se lo habían quedado esperando para una presentación en el parqueadero del estadio Romelio Martínez.

A Diomedes, cuyo conjunto ya para ese entonces era conocido como el de ‘Novienes Díaz y Juancho tampoco’, respondió a su manera, dándole un paseo a mi nombre por casetas y verbenas de la Costa Caribe. “Yo soy indio”, llegó a decir en una ocasión, quizá invocando el alma de algunos de sus compadres para que me callaran.

Luego vino lo que vino, y eso ya es harina de otro costal. Hoy, casi 20 años después de esa entrevista, veo a un Diomedes al que lo ha rondado la muerte con más intensidad que nunca, aunque siempre ha salido exitoso.

Le han practicado delicados procedimientos quirúrgicos en el corazón, como quien le saca una muela, y con la misma se levanta, come chicharrón, y sigue cantando.

Hoy por hoy, el video de la entrevista. ‘Diomedes y la muerte’, ha sido visto en más de 300 mil ocasiones. Ya surgió hasta una parodia, ( http://www.youtube.com/watch?v=X66_KQKT-T4).

En el foro de YouTube suelo leer todo tipo de comentarios, desde los que tildan al artista de ‘brutazo’ hasta los que lo consideran un genio, pasando por los que creen que fue una gran ‘mamadera de gallo’ en la cual fui la víctima. Yo me abstengo de opinar. Si me preguntaran por qué, me limitaría a responder: “no sé, Diomedes, no sé…”


Por Ernesto McCausland Sojo




01 febrero 2011

Vallenato - Jazz. ¿Un paso adelante?


¿Qué pasa cuando el vallenato, ese género musical que más nos ha definido en los últimos 30 años, continúa su evolución transmutado a los terrenos del bolero, del jazz y del feeling en el nuevo disco de Chabuco? ¿Es vallenato? ¿No es vallenato? (Si Vives es vallenato, ¿entonces cualquier fusión puede ser vallenato?) Y, finalmente, ¿a quién le importa? Estoy hablando del nuevo disco de Chabuco, titulado Clásicos Café la Bolsa, en homenaje a un cafetín de Valledupar donde se reunía entre 1955 y 1967 un grupo de personajes que no cabía en ninguna parte. Allí venían Hugues Martínez, el pae’ de Chabuco con su guitarra y sus amigos Colacho Mendoza, Gustavo Gutiérrez, Emiliano Zuleta, nadie menos que Escalona y el pintor Jaime Molina, entre otros. No tocaban solo vallenato, aire por esos días medio proscrito y socialmente incorrecto, sino que también interpretaban boleros y otros ritmos, como el danzón.
Chabuco nace años después, pero toma tetero arrullado por todos esos cantos que son los que manan de la teta de su tierra. Con esa leche se nutre, crece y se convierte en el cantante de Los Pelaos en el 98 y de esta agrupación de la nueva ola vallenata sale errante como solista y bohemio a buscarse un destino propio. Y lo va logrando.
Clásicos es su tercer disco y es el primero que yo escucho. Me lo tropiezo por accidente y quedo paralizado ante una obra que desafía a lo que puede pasar con el vallenato, porque no imaginábamos este encuentro con el bolero y el jazz. Y le sale bien; el disco tiene una onda relajada y espontánea, como si siempre se hubiese tacado así, como si lo hubieran inventado los maestros del Café la Bolsa y él sólo repitiera, o como si no se diera cuenta de que él está inventando un nuevo futuro para el vallenato.
O de pronto no es vallenato, tan sólo canciones de su tierra cantadas con el mismo sentimiento, pero rearmonizadas para cumplir con el sagrado deber del artista: el de intentar cosas nuevas. Esta nueva música podría pasar por feeling en Cuba o lucirse en la tarima de un festival de jazz en Madrid o incendiar unas parejas en un club nocturno de Tokio.
Para lograrlo, reúne un trío de primera categoría armado sobre el ritmo del Negro Hernández, considerado el mejor baterista de latin-jazz del mundo, y el síncope del contrabajo del también cubano Diego Valdés; las armonías marchan sobre los arreglos del pianista peruano radicado en Colombia Kike Purizaga, quien las escribe con muchas puertas abiertas para invitar a los aportes de este tremendo grupo. La química se siente en la manera como los cuatro se entrelazan en las melodías de Chabuco, su voz encontrando amplio el espacio para transmitir la poesía vallenata.
¿Un nuevo género musical? Eso no importa tanto porque, por lo general, la música popular vale por los sentimientos que recorren la espina dorsal de los oyentes, indiferente a los cánones que los musicólogos le asignen, los cuales son posteriores al fenómeno, al accidente y a la invención.
Más bien, lo que este disco viene a reforzar es la idea de que Colombia es potencia musical, una de nuestras grandes ilusiones. Lo que Chabuco tiene que hacer, en mi opinión, es volar con su música a otra parte, a los festivales europeos de jazz en el verano y regresar a los de su patria en el otoño. Esos son los deseos para él en el 2011.

Por: Fernando Martelo.


30 enero 2011

Alfredo Gutiérrez: el rebelde del vallenato

Rompió todas las reglas del vallenato al usar el acordeón en porros y cumbias.



Entonces el rey era uno sólo y se llamaba Alejandro Durán Díaz. El Negro Alejo. Se había coronado con todas las credenciales el año anterior (1968) en la tarima de tabla, que se llamaría después ‘Francisco el Hombre’, de la plaza Alfonso López en Valledupar. La misma tarimita en la que hacía apenas 12 meses se había proclamado el Cesar como departamento. Pero ahora el recién nacido festival ofrecía una nueva oportunidad a la grandeza, a la posibilidad de ser un soberano del acordeón. Los artistas, con sus sombreros y sus abarcas tres puntá, se medían en los patios de las casas de los notables de la ciudad, a las que llegaban multitudes sólo por el placer de verlos entonar un canto o tomarse un trago de ron. Como hoy en día, pero sin tanto político, sin tanto club social y, lo mejor, sin tener que pagar la entrada. De la sabana de Sucre llegó un bicho raro cantando un merengue que acusaron de ser “acumbiao”, por no parecerse al vallenato tradicional. Su título es Papel quemado.

Las muchachas dicen que yo soy papel quemado.
No puedo enamorar porque estoy comprometido ¡Ay!
Que soy un borracho pernicioso y sin embargo
Donde quiera que llego un amor yo me consigo.

En realidad, el bicho raro era ya un reconocido intérprete de canciones, como Ojos indios y La cañaguatera, que se bailaban por los rincones del Valle de Upar, del Magdalena y de Bolívar: Alfredo de Jesús Gutiérrez Vital, entonces de 26 años, el artista que desde sus inicios se atrevió a usar el acordeón en aires musicales no habituales para ese instrumento, como la cumbia, el porro y el chandé. Mejor dicho, el hombre que metió al acordeón donde no debía estar. O donde algunos decían que no debía estar. Como varios puristas de Valledupar, que le quisieron cobrar caro aquel merengue “acumbiao”.

Sucedió durante las eliminatorias del concurso. Yo siempre tuve mi temperamento rebelde y me daba cuenta de que a los músicos que participaban en el festival, en el día, los ponían a tocar en los clubes de Valledupar o en las parrandas de algunas casas, pero luego no los tenían en cuenta para nada. Yo empecé a reclamar. Le reclamaba a la Doña. A la que sabemos. Y ahí comenzó esa antipatía. Yo no me dejaba manosear, como manoseaban a ‘Colacho’ o a Luis Enrique Martínez, que no les daban nada. Les daban era ron. La gente estaba conmigo, no dejaban de aplaudirme. Entonces, cuando yo estaba compitiendo en los quioscos, en plenas preliminares, ella llega y le dice al jurado que no tenga en cuenta las aclamaciones del público porque yo estaba tocando otra cosa que no era vallenato.

Muy digno, el aspirante a rey anunció su retiro del festival en medio de los gritos histéricos de “que sigaaa, que sigaaa” de la gente y Pedro Juan Meléndez, un veterano de la radio que en ese momento transmitía el evento para la emisora Olímpica y hoy cuenta 80 años, sentenció al aire su destino: “Señoras y señores, ha nacido un rebelde del acordeón”.

***

Alfredo Gutiérrez se coronó en tres ocasiones Rey del Festival de la Leyenda Vallenata (en 1974, en 1978 y en 1986), pero nunca ha dejado de ser el rebelde aquel que se le enfrentó a la Señora del evento, la fundadora, Consuelo Araújo Noguera, La Cacica. Eso sí: para lograr esa conquista, que ningún otro acordeonero ha alcanzado en 42 años de historia, tuvo que quitarse la camisa de la cumbia y vestirse con el traje del vallenato tradicional. Ah, pero eso no le significó claudicar. En 1987 volvió por sus fueros cuando se realizó el primer concurso Rey de Reyes, al que sólo llegan a participar los grandes.


Los organizadores empapelaron las calles con afiches de ‘Colacho’ Mendoza. Entonces, yo pensé: esto como que ya está montado para que gane ‘Colacho’, y me retiré. Finalmente, ‘Colacho’ fue el que ganó ese año.

Su primera transgresión profesional, relata su biógrafo, el periodista Fausto Pérez Villarreal, data de 1965, cinco años después del nacimiento de Los corraleros de Majagual, la agrupación histórica (calificada por unos expertos como la Selección Colombia de la Música y, por otros, como la Sonora Matancera nacional), que conformaron Calixto Ochoa, César Castro, Lisandro Meza, Eliseo Herrera, Chico Cervantes y Alfredo Gutiérrez, entre otros. Al parecer, el viejo Toño Fuentes, cartagenero, dueño de Discos Fuentes y cofundador de la orquesta junto con los artistas, quiso registrarla como obra exclusiva suya. ¿Adivinen? El acordeonero no aceptó y abandonó el proyecto, no sin antes robarse a los músicos de bajo perfil, como el cajero y el guacharaquero.

No sólo se los robó para una nueva propuesta que bautizó como Alfredo Gutiérrez y sus estrellas. También, los uniformó. Los hizo acompañar de un bajo eléctrico y de coristas. Y contrató a un presentador en escena. Cuando algunos juglares andaban todavía en burro, alegrando cualquier esquina de pueblo con su canto, Alfredo Gutiérrez convirtió el oficio en una empresa con aspiraciones. Cuando la del acordeonero era una figura menor frente a la del cantante, Alfredo Gutiérrez le defendió su estatus. De nuevo, los puristas lo acusaron. Lo llamaron depredador del vallenato. Sin duda, la culpa fue de su rebeldía, de su desobediencia. Hombrecito atrevido, carajo.


Pero agárrense, puristas del vallenato, lo peor estaba por venir: Alfredo Gutiérrez se levantó un día y decidió que iba a tocar el acordeón con los pies. ¡Padre Santo, Francisco el Hombre tiene que estar revolcándose en su tumba! El primer espectáculo lo dio en Barranquilla, en el Carnaval de 1971. Alternaba con un sexteto venezolano que por la época causaba furor, llamado Los blancos de Venezuela, y cuyo timbalero se ganó todos los aplausos del público. Como le tocaba cerrar la presentación, quedó con una espinita. No quería ser menos que los venezolanos y su tal timbalero. Así fue que, finalizando su última canción, se quitó los zapatos, se tiró al suelo y empezó a tocar con los dedos de los pies. Ahora, no hay contrato que firme en el que los empresarios no le exijan hacer el show.

Aunque un verdadero show fue el que protagonizó en Venezuela, en 1981, cuando se le dio por aprenderse el himno de los vecinos y tocárselos con su acordeón. Ese mismo año se había presentado en el Madison Square Garden de Nueva York y fue ovacionado y cargado en hombros al interpretar con su instrumento el himno de los Estados Unidos. Quiso repetir la gracia, pero muchos (¿puristas otra vez?) se ofendieron y lo fueron a buscar al hotel en el que se hospedaba para pegarle. Me levantaron a planazos.

En el país, el apoyo le llegó desde la Presidencia para abajo, pero cuando unos periodistas le cuestionaron si realmente le habían pegado tanto como estaba asegurando, a Alfredo Gutiérrez, el rebelde del vallenato, sólo se le ocurrió bajarse los pantalones y mostrar a la televisión sus nalgas moradas por la golpiza. Tiempo después, nació de su autoría la canción Las tapas morás.

En Colombia hay cultura yo soy muy bolivariano
Pero los venezolanos nos tratan con mano dura
Con las tapas morás me mandaron pa acá
Ese Óscar de León me levantó a planazos
Y hasta el pobre acordeón ¡ay! Sintió los porrazos.

Exactamente una década después volvió a cobrar gran notoriedad en otro país: en Alemania, donde ganó en dos ocasiones el título de Campeón Mundial del Acordeón, una de ellas frente a un músico vienés con cuatro años de conservatorio. Cuando le preguntaron de qué conservatorio había salido él, atinó a contestar: De cosa aprendí a leer con el profesor Arquímedes y no hice ni un año de escolaridad.

Al profesor Arquímedes lo conoció en Sabanas de Beltrán, la vereda de Paloquemao, en el Sucre que alguna vez perteneció a Bolívar, en la que nació en 1943. Fue concebido en una vela de cumbia o velorio cantao, que es una fiesta que se les ofrece a los santos por las buenas cosechas. Su padre, Alfredo Enrique Gutiérrez Acosta —acordeonero de La Paz, Cesar, encargado de amenizar el festejo—. Su madre, Dioselina de Jesús Vital Almanza —bailarina de cumbia, quien le dio seis hermanos—. Lo hicieron en un fandango.

Su matrimonio con el acordeón, por supuesto, lo organizó el padre, que siendo Alfredo de Jesús un niño lo vinculó a la agrupación Los pequeños vallenatos.

En el 57 se acaba el grupo porque mi papá ya estaba muy mal de un cáncer cutáneo en la nariz. Murió en el 58 y yo dejé de tocar el acordeón como seis meses. Un día me di cuenta de que el instrumento se me había dañado y se me dio por ir a arreglarlo donde Calixto Ochoa, que vivía en Sincelejo. Ahí lo conocí y se convirtió en un padre.

El viejo Calixto lo vinculó a la agrupación que luego bautizarían como Los corraleros de Majagual y el resto es historia cantada.


Desde entonces ha pasado mucho: 12 hijos, con la misma, pero con distinta mujé, como dijo ‘El Negro’ Alejo. Una esposa vallenata, llamada Cecilia Moscote, y la época del desorden. Pero ahí sigue la rebeldía. Y una carrera musical vigente, con contratos todos los fines de semana y una lluvia de homenajes.


“Alfredo fue el primer acordeonista que supo amalgamar el estilo de la música sabanera, que es el porro y la cumbia, con el vallenato. Ahí radica su importancia”, sentencia el periodista sabanero Juan Carlos Díaz, quien añade que son contados los artistas que han logrado mantenerse 50 años en el mercado. ¡Cincuenta años bailando por cuenta de Alfredo Gutiérrez!


O si no, que lo digan en Guararé.

Carnaval de Barranquilla, a sus pies

El sábado, en el estadio Romelio Martínez de ‘La Arenosa’, la Fundación Carnaval de Barranquilla entregará una placa de reconocimiento al llamado “Rebelde del acordeón”, Alfredo de Jesús Gutiérrez Vital, para celebrar sus 50 años de vida artística y por su valioso aporte a la música del carnaval, que ya celebra sus momentos previos. El único que ha sido tres veces Rey Vallenato será el artista festejado en esta ocasión en el marco del programa “Carnaval, su música y sus raíces”. Y es que no son pocos los éxitos que el acordeonero ha puesto a sonar para la fiesta de fiestas de Barranquilla. Este año, por ejemplo, seguramente será el turno del Parce goterero. Antes, se cuentan canciones como La banda borracha y Festival en Guararé.