02 marzo 2011

Alejandro Duran Y Su Paso Por El Amor



El profesor de filosofía Carlos Gurméndez, en sus Estudios sobre el amor, dice: “El amor es tan sólo la posibilidad de una totalidad real que puede realizarse mediante una experimentación viva. Al unirse dos seres, cada uno aporta su vida, en la que se amalgaman sus emociones, contextos, fracasos, éxitos, o sea, su realidad personal”.

De igual forma, el filosofo de San Jacinto Bolívar, Numas Armando Gil, en un ensayo sobre el amor en la canción vallenata dice: “La palabra amor procede del verbo amar, que significa coger o ser cogido. El que ama es cogido por la cadena del deseo y anhela coger a otro con su anzuelo. En efecto, igual que el pescador astuto intenta atraer los peces con sus carnadas y cogerlos con el gancho de su anzuelo, así también el que es cogido por el amor se esfuerza en atraer al otro con sus halagos, y con todos sus esfuerzos intenta unir dos corazones distintos con su vinculo inmaterial; o si ya están unidos, conservarlos para siempre juntos.

El amor hace que una persona ruda e inculta brille con toda la hermosura; sabe también enriquecer a los de baja cuna con nobles costumbres, y además suele dotar de humildad a los soberbios; el enamorado se acostumbra a ponerse al servicio de todos con complacencia. Lo vemos despreciar la muerte, desafiarla, no teme ninguna amenaza, dilapida sus riquezas y no teme caer en la miseria”.

Y fue precisamente eso, lo que sucedió con Alejo Durán, ese ser humilde, campesino, negro, de mirada tierna, picaron, romántico, de sombreo vueltiao, dentadura blanca; el poeta, el hombre desgarrado que oculto, llevaba hondas penas en el corazón, el negro que le dio la dimensión histórica al festival de la Leyenda Vallenata. En sus composiciones cogió y fue cogido en el amor, y lo plasmó en su canto. Cantándoles a las mujeres, a unas las enamoró, a otras las poseyó y a muchas las inmortalizó a partir de sus cantos. Recordemos a: Fidelina, Irene Rojas – la del cero treinta y nueve – Bren, Chave, Sabina Arrieta – la del papelito de Ayapel – María, Guillermina Tovar, Evangelina, Saturnina, Josefina, Margarita, Catalina, Las Mellas, Teresita, Sofía.

Ellas fueron su mundo: “Las mujeres fueron todo para mí. Con decirle que hasta negocio fueron, pues yo tenía que estar enamorado para seguir componiendo. O despechado, tal vez. Hay amores de amores, y amores que se quieren. Eso lo aprendí caminando”.

Cuando Alberto Salcedo Ramos lo entrevistó para el libro “Diez Juglares en su Patio” le dijo: “En esas corredurías fue donde conocí a casi todas las mujeres que después salieron en mis canciones. Es que uno en cada pueblo conseguía sus amores. Cuando uno se enamoraba, de verdad era un tigre, ¿oyó?, un tigre que perseguía a la dama por donde fuera. La olía a lejos. La llamaba con el silbido. Y si la cosa se ponía muy difícil, entonces uno tiraba a fondo, a buscarla en cualquier rincón. Lo importante era dar con ella para saber de una vez por todas si triunfaba o fracasaba. Si uno salía derrotado, por lo menos quedaba eso: haberla encontrado”.

Citando a Aristófanes, cuando dice que: “los hombres no se dan cuenta del “poder” del amor, ya que si así fuera, desde mucho tiempo atrás le hubiesen construido los más espléndidos templos y altares y harían en su honor los más solemnes sacrificios. Pero no, el amor es el dios más aliado de los hombres y médico de los males, cuya curación aportaría la máxima felicidad al genero humano”. Una explicación de las razones históricas y profundas para que éste canta autor le cantara a la mujer y al amor, no se puede encontrar sino en que la máxima felicidad se la dieron las mujeres. “El amor es un deseo tan profundo que nos hormiguea el cuerpo hacia la búsqueda de la integración de nuestra naturaleza en la persona o el objeto amado; lo mismo en lo físico que en lo espiritual”.

Alejo Durán, se casó con Joselina Salas en el año de 1953 en Barranquilla, a la edad de 35 años, pero tres años de compartir momentos alegres y amargos, así como de sufrir la ausencia del marido por días y meses, hicieron que el amor se quebrantara y el idilio amoroso se rompió para siempre. Joselina no resistió y mucho menos aguantó que su marido fuera un gitano que no tenía punto fijo, porque salía de Magangue, lugar a donde se fueron a vivir en su unión marital, y recorría el gran Bolívar, los pueblos del Magdalena, del San Jorge y del Bajo Cauca; ella nunca alcanzó a comprender lo que significaba Alejo para la música y el folclor colombiano. Una relación que se acabaría también por los celos intransigentes de una mujer que veía que su compañero se volvía más importante y asediado por el público. Por eso decidió, un día cualquiera, abandonar al rey grande del acordeón, sin importarle nada, ni la fama ni el prestigio arrasador que el cantor estaba construyendo, y regresó a su Yucal (Bolívar), lugar a donde Alejo la enamoró con su acordeón, algo a lo que ella accedió porque le gustaba su música y a Alejo le gustaba ella. No obstante, producto de ese amor verdadero, tuvieron dos hijas.

No puede olvidarse que el amor de su juventud fue Fidelina: la locura de esos días en los que no podía dormir porque le atormentaba el alma. Su Fidelina terrenal. Alejo contaba con agrado el suceso que le paso con esta mujer, del que surgió una de sus canciones preferidas: “Fidelina fue una muchacha que tuvo amores conmigo. Yo no sé si ella conmigo o yo con ella. Total, que una vez resolvió a irse conmigo, pero como uno es tan desesperado, nosotros nos citamos a las ocho y media de la noche. La casa de ella estaba en un recinto a la orilla del camino real y yo estaba tan alegre y desesperado, que me fui desde la seis. Cuando ya eran las siete ya yo estaba aburrido”.

Fidelina, Fidelina
Me consuela mi acordeón
Que tu negro no te olvida
Es de todo corazón…

También tuvo otras vivencias que le permitieron construir historias a sus mujeres amadas y no amadas. Por ejemplo: “Joselina Daza”, es un canto de afecto y se lo hizo a la hija de su compadre y protector Víctor Julio Hinojosa; a Isabel María, la pequeña hija de su amigo Amaranto León, le compuso una canción conocida por todos los seguidores del gran Alejo: “La hija de Amaranto”, le cantó a Sierva María, a partir de una composición que no fuera de él, sino del juglar Germán Serna Daza, pero lo interesante fue que inmortalizó este nombre, hasta el punto que García Márquez lo menciona 185 veces en la novela: “Del amor y otros Demonios”, y dijo una vez: “Ahora, Sierva María es un nombre tan bello que hubiera sido casi un delito no utilizarlo para un personaje tan bello”. Su último suspiro amoroso lo dio al lado de Gloria Dussán, con la que vivió en Planeta Rica (Córdoba) y la que le ayudó a criar dos hijos que no eran de ella, y fue la mujer que hizo que el negro viviera eternamente enamorada de ella, la gran Goya.

Un tema que no está agotado, así los historiadores, folcloristas, narradores, cuentistas o literatos quieran dar a entender que se agotó. Ahora es cuando más se necesita ahondar sobre esta temática, porque nadie tiene la verdad absoluta acerca de Alejo, pensarlo así sería una pretensión absurda y salida de todo contexto. Lo peligroso sería también, creer que podemos saber más de las cosas y sucesos que el propio difunto. Es por eso que se hace necesario fabular acerca de este hombre, una vertiente muy rica para que la leyenda no muera.

Sin caer en categorizaciones academicistas o filosóficas, sólo hay que atinar en decir que era un compositor que leyó e interpretó su entorno, sin más complicaciones. Por eso también satirizó e ironizó en sus cantos; uno de ellos es “La Perra”. Como era un buen narrador de cuentos, lo refiere así: “Entonces el marido de la mujer se metió una rama de totumo por dentro y se fue a esperar a la mujer allá. Cuando la mujer llegó y se dio cuenta que era el marido, echo a correr. Entonces vino y la cogió, y me la va levantando con la rama esa. La mujer, en vista de que no se pudo escapar, se le devolvió y lo mordió todo. Entonces, por eso es que dice: “El dueño dándole palo y la perra dándole diente”, es el motivo de esta canción”.

Aquí podríamos decir: “Quien no conoce el tema, sufre de engaño”. Eso pasa con esta canción: quien no conoce la historia, la estigmatiza y no le da el verdadero sentido que se merece.

Ahí viene la perra
La que me iba mordiendo
Perra valiente
Que mordió a su dueño
Es una perra valiente
Es una perra tan brava
El dueño dándole palo
Y la perra dándole diente

Alejo fue un hombre que se dejó coger por el amor, y lo cogió; por eso, desde muy joven se enamoró, y dijo en su canción que “no hay nada como la mujer”, y grito a los cuatro vientos que después del acordeón, las mujeres se irían con él a su tumba.

Lo más sublime siempre sería enamorar al ser femenino, sin importarle el tipo de mujer que fuera, su estrato social, ya fuera rica, pobre, negra, india, blanca, lo que le importaba era que sus asedios amorosos encontraran respuesta. Su seducción no estuvo acompañada por pretensiones que estuvieran por fuera de lo que el rito del amor reclama, ni hacia ostentaciones de poder. Aguardaba con pasividad del hombre que sabe esperar, porque su cortejo era tan efectivo que no necesitó de otros menesteres para “coger” y llevarse el amor de ese día, de esa noche o de aquella tarde.

Se volvió un hombre irresistible, por su porte, su voz, su color, y porque tenía un imán para las mujeres. Las mujeres de su tiempo nunca se resistieron a su sonrisa, a su mirada y a su piropo, que fue otro anzuelo para su pesca amorosa. Un piropo de Alejo tuvo que ser una frase cargada del más puro amor, al que ninguna mujer pudo resistirse por más ausente que estuviera o por lo poco interesada que ésta se mostrara por el negro color de ébano.

Ni que decir cuando lo veían pasar con su sombreo vueltiao, el primero en hacer famoso este aporte Zenú, al cual le dio prestigio. A otras por el contrario, les fascinaba su risa electrizante para deleitarse con su blanca dentadura como el marfil; ese simple detalle hacia volcar afecto, cariño y ternura. A lo mejor muchas se iluminaron con él, cuando de su boca salían rayos dorados, por tener dos dientes de oro, y eso le quedaba bien, no le sobraba a su personalidad sólo porque era el negro consentido de las mujeres.

Así como nunca se cansó con el toque del acordeón, de igual forma, aconteció con las mujeres. Si estaba en una caseta o en una parranda podía sentirse asediado por ellas, pero esto no lo mortificaba, quizás porque su acordeón lo acompañaba con su melodía, hasta que llegaba el instante preciso para elegir a su “víctima” amorosa. Desde ese momento hasta finalizar el toque, se dedicaba a cantarle a la mujer que lo impulsaba a hacer versos, y para que su acordeón se volviera más tierno con los bajos y los pitos.

Siempre fue un hombre listo, rápido de pensamiento. El cuerpo definido y de contorno escultural de la mujer también fueron motivos de inspiración para sacar bellas melodías. Alguien podría afirmar, a priori, que Alejo debió sufrir algún desengaño amoroso. Si hubiera sido así, no hubiera compuesto y dedicado tantas canciones a ese ser trágico, mañoso, grandioso, como es la mujer. Por eso no la pudo mirar como la esclava, la que vino a procrear, a soportar el machismo desbordante del hombre de la región caribe, la que tiene que cuidar al marido, sino todo lo contrario, la concibió como ese ser social que le dio inmensas alegrías y fracasos.

En esas correrías tuvo más de una mujer, y sólo él, como nadie, supo por qué se detenía: en cada puerto tuvo un amor, no como el marinero, pero si como el viajero del amor. Testigo de todo esto es el territorio del Bolívar grande, el Magdalena, y el interior de Colombia. Darle una dormida para que descansara era un acto de honor por parte de aquellos campesinos que lo veían como su ídolo, y permanecer la noche allí donde le daban la posada, era más que pasar la noche, porque si había una muchacha bonita, se desesperaba y su requerimiento en el amor era lento y puntilloso. Si no lograba impactar a la joven que no lo dejaba dormir, se iba con su recuerdo y si le gustaba más de la cuenta, volvía otro día; eso sí, se iría en busca de otra aventura, tal vez porque su corazón le decía que alguien lo estaba esperando para escucharlo y que él le declarara su amor.

Sabía que la noche la pasó en casa de amigos o de sus seguidores fieles, pero no podía adivinar dónde pasaría la siguiente. Desprevenido de las cosas materiales, el dinero no fue su fuerte; poco le interesó. Descifró el acto del trabajo en toda su magnitud y “supo que el trabajo nace del acto de disfrutar de lo que se está haciendo”; lo disfrutó hasta la saciedad, lo paladeó como un helado, de esos que se venden en esa región de mil colores. Amplio con las mujeres, cuando entendía que estaba más que enamorado, el respeto por ellas seguía siendo de admiración y de ejemplo en este mundo, donde ni siquiera hay tiempo para lanzar palabras de amor o de regalar una “flor de amor” para que la lleven y nos tengan en sus recuerdos.

Los cabarets lo enloquecieron. Eran algo embrujador y lo más agradable para este hombre mujeriego, pues allí lograba desdoblarse: Alejo alguna vez dijo: “Era lo más sabroso que le podía pasar a un hombre, porque podía estar tranquilo con una mujer, y si se aburría con ella, ahí mismo podía coger otra y no había problema alguno”. De allí que le compusiera un Son al cavaré de “El chelo”, en Cereté:

EL CHELO

El chelo se ha puesto bravo
Eso no es de corazón
Ahora para contentarlo
Te voy hacer este son
Todo lo que está pasando
Seguro que no me explico
El Chelo se ha puesto bravo
Porque yo no lo visito.
Pero yo no sé por qué
Esto dice el pobre negro
Ahora voy a Cerete
Para visitar a El chelo.

El mejor agradecimiento para su amigo, quien lo tuvo varios días y varias noches en ese sitio, donde disfrutó del mundo erótico, pero sabiendo que las notas del acordeón de Alejo eran un atractivo para aquel lugar, que tantos secretos le guardó. De allí también nacieron muchos homenajes para la “capital del oro blanco”, titulo que ya no ostenta. Fue la ciudad que disfrutó con la presencia del “negro grande” cuando éste llegaba a las corralejas del 2 de febrero, también le canto a las lindas cereteanas.

“Alejo murió como tenía que morir: del corazón. Lo había dividido tajantemente en dos, entre las mujeres y la música. Era un corazón que había amado, que había sufrido, que había creado. El de él fue un corazón para muchos corazones”.

Murió de infarto, una mañana de sol del 15 de noviembre de 1989, en la habitación 204 de la Clínica Unión, de Montería. Este año se cumplen 21 años de su partida. Pero hay un hecho muy singular, siempre que converso o hablo de Alejo Durán, se me viene a la mente los grandes poetas: Jorge Artel, Candelario Obeso, y el Premio Nóbel de Literatura del año 1982, Derek Walcott, ¿Será porque pertenecen a esa inmensa Región Caribe que va desde el sur de los Estados Unidos hasta el Brasil? ¿O porque cada uno de ellos ha tenido una versatilidad muy propia para cantarle al mundo?


Por : Arminio Mestra O.
http://www.radioguatapuri.com/

25 febrero 2011

Documental sobre Carlos Vives "ADN"


Muestra de un documental biográfico sobre Carlos Vives, en donde él mismo contará su historia desde que era un niño hasta hoy, así como la forma en que su éxito musical está ligado a su infancia y a las influencias musicales que heredó del vallenato por haber crecido en Santa Marta, su ciudad natal.

En el recorrido que hace 'ADN' por la vida de Vives, encontramos que en su juventud quiso dedicarse a la medicina y a la odontología, pero su destino siempre estuvo ligado al mundo del entretenimiento. Sus inicios en la televisión, su paso por las novelas, su pasión por la música y esa búsqueda constante por hallar ese proyecto que fuera “propio”, que fuera “suyo” es lo que ha formado al Carlos Vives de hoy.

Y fue justo cuando protagonizó la novela 'Escalona' en donde él personificaba al compositor vallenato, que incursionó fuertemente en el ámbito musical. Aunque el vallenato típico no era el sonido que quería para su música, fueron los ritmos de composiciones clásicas los que le dieron la clave para encontrar el toque especial que tanto buscaba, un vallenato moderno que hoy se escucha en todo el mundo.

Luego de 'Escalona' y de grabar dos trabajos con la música de la novela, llegó “Clásicos de la Provincia”, su primer proyecto, la conjugación de sus deseos y el inicio de un nuevo ritmo musical.

Una rica e interesante selección de testimonios por parte de las personas más allegadas a él, como su esposa Claudia Elena Vásquez, su hermano Guillermo Vives, su mamá, Aracelly Restrepo, sus compañeros de trabajo, músicos y periodistas darán cuenta del cariño y admiración que le tienen.

Con este 'ADN', se le rinde homenaje a este músico, que fue el primero de los grandes en Colombia, el que con ideas arriesgadas e innovadoras, logró constituirse en un gran embajador de Colombia para el mundo.

Fuente: http://entretenimientoplus.com/


04 febrero 2011

Historia íntima de una loca entrevista sobre la muerte (Diomedes Diaz)

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En aquel mayo, de 1991, Diomedes Díaz había fraternizado lo suficiente con la muerte como para que ésta no le fuera extraña. Eran otros tiempos.

Diomedes Díaz era el Cacique, no solamente de La Junta, sino de toda Colombia. Carlos Vives ni siquiera había empezado a recortar sus pantalones largos, mientras un comerciante árabe con fama de loco andaba por las redacciones de Barranquilla tratando de convencer a los periodistas de que su hija, una tal Shakira Isabel, era una niña genio de la música.

Ya Diomedes era el artista más vendedor de la casa Sony Music en Colombia, y todavía faltaban 6 años para el suceso criminal que impactaría su vida para siempre.

En aquel mayo viajé a Bogotá con acceso privilegiado al estudio de grabación en el que Diomedes Díaz le daba los últimos toques al que sería su nuevo suceso discográfico: el disco Mi vida musical, título derivado de la canción principal de la producción.

Tan pronto conocí el repertorio, me llamó la atención una canción, que no era la que la Sony Music había seleccionado como objetivo. Se titulaba Mi ahijado, y me impresionó por todo lo que transmitía. Era un canto claro y directo que narraba, en tono dramático, la visita del cantautor a la viuda de un amigo suyo que había sido víctima de la violencia, y que comenzaba con una estrofa desgarradora:

Comadre cómo está, cómo le ha ido
He llegado a su casa porque sé,
que a pesar que el compadre se nos fue
Yo sé que aquí cerquita está conmigo
Y principalmente con usted.

Estuve allí, en el estudio, en el momento en que Diomedes cumplía el último paso de la grabación, es decir, le introducía la voz. Era evidente que la estaba cantando desde el fondo de sus vísceras y que algo muy personal debía estarse agitando en su interior.

Mientras lo observaba cantar, aquella fría noche en un estudio de Bogotá, intenté hacer suposiciones. Había muchas muertes flotando alrededor de los cantos de Diomedes Díaz y no era fácil llevar aquellas divagaciones a un punto certero. Muertes de todo tipo.

Lisímaco Peralta, el ‘héroe’ de la canción Lluvia de verano, había quedado tan fascinado con la exaltación que Diomedes le había hecho, que en una parranda le pidió al cantante que la interpretara varias veces seguidas, lo que generó una reacción por parte de unos hombres armados.

En la misma noche de su júbilo, Lisímaco Peralta, el hombre que no cambiaba de mujer sino de “comedero”, fue acribillado delante del mismo Diomedes, quien alcanzó a recibir salpicaduras de la sangre de su amigo.

Estaba también la historia de la muerte trágica de uno de los personajes más queridos para Diomedes Díaz, su tío Martín Maestre, a quien el artista rendía un homenaje precisamente en la canción Mi vida musical. El tío Martín había muerto en un lamentable accidente, cuando viajaba en el platón de una camioneta conducida por el mismo Diomedes Díaz, entre La Junta y Valledupar.

Pero además de las ‘presenciales’, por llamarlas así, la historia de Diomedes Díaz estaba asociada con una sucesión de muertes violentas de amigos suyos, a los cuales solía mencionar con mucha insistencia en sus canciones.

Samuel Alarcón, celebrado a gritos infinidad de veces en temas como Mi primera cana, había sido abatido a disparos en una cárcel de Bogotá. Moñón Dangond, cienaguero, también amigo del Cacique de La Junta, había también fallecido en trágicas circunstancias, al igual que Felipe Eljaick, Santos González y tantos otros. En fin, un trágico panteón de personajes a los que Diomedes Díaz, en sus entusiastas saludos, había demostrado profundo afecto.

Intentar adivinar de quién era viuda la protagonista de la canción resultaba entonces una tarea de brujos. Quizá por una razón personal, porque la había conocido y me había parecido una mujer férrea y extraordinaria, identificable con la de la canción, tuve siempre la certeza de que la canción era para Amarilis Calderón, la viuda de Germán Vargas Lobo, un reconocido médico de Valledupar que había sido víctima inocente de la narcobomba del Hotel Hilton en Cartagena. Pero no había certeza.

Una vez Diomedes terminó de cantar el tema vino entonces la entrevista, la cual fue allí mismo, en el estudio, con el artista vistiendo esa chaqueta de cuero que tanto brilla en el video.

Desde luego que no podía faltar la pregunta sobre la identidad de la viuda, el homenajeado y el tal Pachito, nombre que se me antojaba ficticio y que Diomedes utilizó para nombrar a su ahijado.

El artista jamás quiso decirlo. Respondió con rodeos, y por más que intenté que lo precisara, simplemente no hubo manera.

De allí, de sus repetidas negaciones, la conversación derivó hacia la muerte. Pensé que estaba cantada la pregunta, como quiera que en el nuevo disco había dos canciones alusivas a la muerte.

Es obvio también que Diomedes no rehuyó el tema. Antes por el contrario, se lanzó en aquella retahíla que hoy por hoy ya muchos se saben de memoria. (“Pero yo sí sé que a mí me afectaría más la muerte mía”; “Si yo supiera que uno sirviera más muerto que vivo, yo me muriera hoy, pero no sé, Ernesto, no sé”; “Imagínate: enterrao uno debajo de la tierra y con esos calores que hacen ahora”; “Claro que pinto mi entierro, bonito, y el cajón allá en el medio, los gamines vendiendo chicle, la viuda con pastilla pa’que no llore porque ya tiene plata…”

¿Qué pasó después?. Lo que nadie hubiera podido suponer es que todas esas preguntas sobre la muerte estaban incomodando de tal manera a Diomedes que al año siguiente, cuando le propuse una entrevista, el artista simplemente se negó.

Alguien me comentó que le aterraban esas preguntas sobre la muerte, algo que me sorprendió mucho, a juzgar por la manera como había respondido.

En varias ocasiones me dejó plantado, y en una de esas abrimos micrófonos a los fanáticos que se lo habían quedado esperando para una presentación en el parqueadero del estadio Romelio Martínez.

A Diomedes, cuyo conjunto ya para ese entonces era conocido como el de ‘Novienes Díaz y Juancho tampoco’, respondió a su manera, dándole un paseo a mi nombre por casetas y verbenas de la Costa Caribe. “Yo soy indio”, llegó a decir en una ocasión, quizá invocando el alma de algunos de sus compadres para que me callaran.

Luego vino lo que vino, y eso ya es harina de otro costal. Hoy, casi 20 años después de esa entrevista, veo a un Diomedes al que lo ha rondado la muerte con más intensidad que nunca, aunque siempre ha salido exitoso.

Le han practicado delicados procedimientos quirúrgicos en el corazón, como quien le saca una muela, y con la misma se levanta, come chicharrón, y sigue cantando.

Hoy por hoy, el video de la entrevista. ‘Diomedes y la muerte’, ha sido visto en más de 300 mil ocasiones. Ya surgió hasta una parodia, ( http://www.youtube.com/watch?v=X66_KQKT-T4).

En el foro de YouTube suelo leer todo tipo de comentarios, desde los que tildan al artista de ‘brutazo’ hasta los que lo consideran un genio, pasando por los que creen que fue una gran ‘mamadera de gallo’ en la cual fui la víctima. Yo me abstengo de opinar. Si me preguntaran por qué, me limitaría a responder: “no sé, Diomedes, no sé…”


Por Ernesto McCausland Sojo




01 febrero 2011

Vallenato - Jazz. ¿Un paso adelante?


¿Qué pasa cuando el vallenato, ese género musical que más nos ha definido en los últimos 30 años, continúa su evolución transmutado a los terrenos del bolero, del jazz y del feeling en el nuevo disco de Chabuco? ¿Es vallenato? ¿No es vallenato? (Si Vives es vallenato, ¿entonces cualquier fusión puede ser vallenato?) Y, finalmente, ¿a quién le importa? Estoy hablando del nuevo disco de Chabuco, titulado Clásicos Café la Bolsa, en homenaje a un cafetín de Valledupar donde se reunía entre 1955 y 1967 un grupo de personajes que no cabía en ninguna parte. Allí venían Hugues Martínez, el pae’ de Chabuco con su guitarra y sus amigos Colacho Mendoza, Gustavo Gutiérrez, Emiliano Zuleta, nadie menos que Escalona y el pintor Jaime Molina, entre otros. No tocaban solo vallenato, aire por esos días medio proscrito y socialmente incorrecto, sino que también interpretaban boleros y otros ritmos, como el danzón.
Chabuco nace años después, pero toma tetero arrullado por todos esos cantos que son los que manan de la teta de su tierra. Con esa leche se nutre, crece y se convierte en el cantante de Los Pelaos en el 98 y de esta agrupación de la nueva ola vallenata sale errante como solista y bohemio a buscarse un destino propio. Y lo va logrando.
Clásicos es su tercer disco y es el primero que yo escucho. Me lo tropiezo por accidente y quedo paralizado ante una obra que desafía a lo que puede pasar con el vallenato, porque no imaginábamos este encuentro con el bolero y el jazz. Y le sale bien; el disco tiene una onda relajada y espontánea, como si siempre se hubiese tacado así, como si lo hubieran inventado los maestros del Café la Bolsa y él sólo repitiera, o como si no se diera cuenta de que él está inventando un nuevo futuro para el vallenato.
O de pronto no es vallenato, tan sólo canciones de su tierra cantadas con el mismo sentimiento, pero rearmonizadas para cumplir con el sagrado deber del artista: el de intentar cosas nuevas. Esta nueva música podría pasar por feeling en Cuba o lucirse en la tarima de un festival de jazz en Madrid o incendiar unas parejas en un club nocturno de Tokio.
Para lograrlo, reúne un trío de primera categoría armado sobre el ritmo del Negro Hernández, considerado el mejor baterista de latin-jazz del mundo, y el síncope del contrabajo del también cubano Diego Valdés; las armonías marchan sobre los arreglos del pianista peruano radicado en Colombia Kike Purizaga, quien las escribe con muchas puertas abiertas para invitar a los aportes de este tremendo grupo. La química se siente en la manera como los cuatro se entrelazan en las melodías de Chabuco, su voz encontrando amplio el espacio para transmitir la poesía vallenata.
¿Un nuevo género musical? Eso no importa tanto porque, por lo general, la música popular vale por los sentimientos que recorren la espina dorsal de los oyentes, indiferente a los cánones que los musicólogos le asignen, los cuales son posteriores al fenómeno, al accidente y a la invención.
Más bien, lo que este disco viene a reforzar es la idea de que Colombia es potencia musical, una de nuestras grandes ilusiones. Lo que Chabuco tiene que hacer, en mi opinión, es volar con su música a otra parte, a los festivales europeos de jazz en el verano y regresar a los de su patria en el otoño. Esos son los deseos para él en el 2011.

Por: Fernando Martelo.